La discusión acerca de la violencia en sus diferentes manifestaciones no deja de ser un tema recurrente en los diferentes medios de comunicación. La espectacular magnificación de robos, hurtos, secuestros, violaciones, etc., cobran relevancia a la hora de ser presentados por los emporios televisivos y gráficos.
A esta intoxicación ideológica y mediática, nada despojada de intereses que cobijan algunos grupos de poder, va acompañada –explícita o implícitamente- de todo un contenido político y social que desde el sentido común encubre la conclusión que esta problemática sólo es solucionable a través de la implementación de medidas represivas y la modificación del arsenal jurídico, con el objetivo de implementar medidas mas “duras” y de esta forma mantener “aislados y encerrados” a los enfermos de esta sociedad.
Bajo el título de violencia se escamotea un innumerable conjunto de acciones que manifiestan diferentes tipos y niveles de agresión, y por sobre todo niega la posibilidad de concebir a otra persona como un igual.
Esta cultura del espectáculo y del consumo en la cual, como se sostiene; “pertenecer tiene sus privilegios”, impregna nuestra conciencia a tal grado que las relaciones humanas que construimos en nuestra vida cotidiana se metamorfosean en relaciones “cosificadas”.
Sin duda se ha establecido una nueva forma de dominación en la cual los valores antes vigentes se encuentran en crisis, originando el tal sentido una nueva hegemonía socio-cultural que en gran medida oscurece nuestra imaginación y creatividad, generando un efecto distorsionante sobre la vida humana y nuestra condición genérica.
En el seno de la sociedad las tensiones se han exacerbado provocando una aguda fragmentación no sólo en lo económico-social con niveles de desigualdad estrepitosos, sino que la cultura del consumo, característica de una sociedad capitalista basada en la sobreproducción de artículos en su mayoría poco necesarios, disocia y fragmenta nuestra conciencia. Esta disociación entre Hombre y Mundo se ha objetivizado a tal punto que nos genera un desencuentro y alejamiento no sólo con los demás seres humanos, sino con nosotros mismos, en nuestro íntimo sentir.
La manipulación que ejerce la cultura dominante produce un individuo fragmentado, por lo tanto, en la sociedad de consumo el único valor “preciado” que nos articula como totalidad es el mercado. Si en la sociedad de masas la unidad lo constituía la familia y la escuela como “espacio” de encuentro y de formación de nuestro “Ser y Sentir en el mundo”, en la sociedad del consumo ese espacio ha sido despojado por las fuerzas del mercado.
La violencia entonces, es la expresión amorfa e inconsciente de nuestro desencuentro en el mundo, es un rechazo a la sociedad de consumo que, al no encontrarse otros canales de experimentación que nos brinden la posibilidad de proyectar una vida más imaginativa, creativa y des-alienada, encuentra como único recurso la violencia.
Es una necedad pensar que podemos salir de este círculo vicioso con la implementación de leyes más rigurosas. Es la construcción de un nuevo proyecto de transformación cultural que modifique de raíz la actual lógica del mercado lo que nos queda por construir, este es el desafío que tenemos por delante.
Gustavo del Pino.
miércoles, 16 de mayo de 2007
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