Con la implantación de la dictadura militar Argentina el 24 de marzo de 1976, se inició un de reestructuración política, social, cultural y económica al servicio de una fracción de la burguesía rentista nacional, en alianza con los sectores monopólicos internacionales.
Asimismo, para llevar adelante tales transformaciones era necesario contar con un movimiento obrero “dócil y disciplinado”, que no ofrezca resistencia al capital. Para lo cual se prohibió el funcionamiento de los partidos políticos, los sindicatos y todo tipo de organización reivindicativa.
Esto fue explícitamente sostenido por el Ministro de Trabajo Horacio Liendo, el cual manifestó que las intervenciones en las organizaciones obreras se realizaban para “regularizar anomalías que se observan en la organización sindical”.
Ante este panorama desolador de orfandad organizativa en el plano sindical, político y social, la clase trabajadora Argentina se refugió en el ámbito que mejor conoce: la fábrica, y particularmente en las comisiones internas y en los cuerpos de delegados, pese a la represión.
En efecto, estas formas organizativas y de lucha que forman parte de la larga tradición histórica de la clase obrera Argentina desde su proceso de formación, han sido a lo largo de toda su historia”verdaderos parlamentos obreros”. Paralelamente al sindicato formal hegemonizado en su mayoría por la burocracia sindical en los años de democracia, subsistieron formas organizativas y canales de comunicación que se enmarcan dentro de la democracia directa. Y esto constituye el punto más fuerte del movimiento obrero argentino en cuanto a su capacidad de organización autónoma. Lo cual no impide que se reivindique peronista.
A todo esto, lo interesante entonces, es apreciar la diversidad de formas que adoptó el movimiento obrero argentino que enfrentó a la dictadura militar. En todo caso, de lo que se trata de de apreciar las continuidades (cómo formas de lucha más allá de la brutal represión desatada en su contra) en un marco de orfandad política y sindical.
El movimiento obrero argentino libró a lo largo de los años de dictadura duras batallas por aumento de salario ante el deterioro estrepitoso que le ocasionaba el modelo económico, y por la libertad sindical. Y todo esto lo tuvo que realizar sin partido político que lo represente ni organización sindical que lo organice. La difícil tarea de la clase obrera de reorganizarse se dio en una situación contrarrevolucionaria, en la cual el nerviosismo de la clase dominante se hacía sentir debido al altísimo protagonismo manifestado por el movimiento obrero durante los años previos, y que ocasionaba al sector empresarial una disminución de sus ganancias.
Del poder obrero no era ajena la Junta Militar, el propio Ministro, Juan Alemann decía al respecto:
“Con esta política buscamos debilitar el enorme poder sindical que era uno de los grandes problemas del país. La Argentina tenía un poder sindical demasiado fuerte frente al cual era imposible el florecimiento de cualquier partido político porque todo el poder lo tenían ellos. Ahora, con un mercado laboral en movimiento, el trabajador no acude más al dirigente sindical por su problema. Si no le gusta su empleo se va a otro y listo. Además hay salarios diferenciados por idoneidad, por apego al trabajo. Estamos saliendo de la masificación y hemos debilitado el poder sindical. Esta es la base para cualquier salida política en Argentina.[1]
El objetivo de la dictadura era acabar con el poder obrero y gestar al respecto una mentalidad más disuasiva a los intereses del capital. Desde la lectura política de la dictadura, la modificación de esta “mentalidad reivindicativa” solo era posible aniquilando los organismos de base donde se gestaba el poder obrero. Esto explica el por qué la represión estuvo orientada a destruir los cuerpos de delegados, las comisiones internas, y por sobre todo, que el mayor número de desaparecidos hasta el presente lo constituyen los cuadros del movimiento obrero.
Por cuestiones de espacio no podemos expandirnos en el desarrollo de las luchas obreras producidas durante la dictadura militar. Sólo quiero resaltar que a los 7 meses del golpe, en el mes de octubre, la Junta Militar tuvo que enfrentar uno de los conflictos más agudos del periodo. En efecto, ante la modificación de la ley 21.476 estallaron los conflictos en la compañía encargada del suministro eléctrico (SEGBA) en la cual se inició el trabajo a reglamento.
A su vez, a fines de abril de 1979 se produce la primera huelga general contra la dictadura. Este hecho marca un hito, en la medida que se conjugan las miles de protestas y formas de lucha que hasta el momento se producían aisladamente.
A fines de abril de 1979 el cinturón industrial de Buenos Aires y del interior del país paró en gran medida alterando la habitual normalidad. Las líneas de trenes Roca, Mitre y Sarmiento se plegaron al paro en su totalidad. Por su parte, el comité de huelga clandestino estimó que el 75% de los trabajadores argentinos había acatado la medida de fuerza. Posiblemente el porcentaje estuvo “inflado”, pero de igual modo no desacredita el protagonismo del movimiento obrero dada las condiciones de absoluta represión.
Este hecho político cobra relevancia puesto que constituye un termómetro para el movimiento obrero en cuanto le permite medir su fuerza al igual que su capacidad de reorganización. Se empieza a perder el miedo a una dictadura feroz, lo cual obstaculizó los planes de transformación estructural que se planteó la Junta Militar al inicio del Proceso de Reorganización Nacional.
Por lo tanto, consideramos que la caída de la dictadura no se debió a la derrota de la guerra de Malvinas, en todo caso, sostenemos que la locura de la guerra de Malvinas fue un recurso de la Junta Militar para perpetuarse en el poder.
Ante el descrédito reinante la Junta optó por la guerra como “solución final”y de esta forma recurrió al patrioterismo nacional para ganar consenso. Pero esto duró muy poco, las luchas obreras sumado al desastre nacional una vez que se conoció todo el saqueo y farsa de la guerra, precipitó la caída de la dictadura.
Es importante resaltar que pese a la represión, existen ciertas continuidades en el largo periplo protagonizado por el movimiento obrero y que persiste hasta nuestros días. Esto constituye una fuente inagotable de experiencias compartidas que se expresaron en mayor o menor medida en diciembre de 2001.
Si las luchas durante los años ’70 se realizaban en el interior del ámbito productivo a través de toma de fábricas, huelgas, sabotajes, trabajo a desgano, etc. Ya en el 2001 bajo un caudal estrepitoso de desocupados sólo quedaba cortar rutas, obstaculizando de este modo la circulación de mercancías.
Por lo tanto, podemos sostener que existe no sólo una continuidad histórica en cuanto a las formas y el carácter de las luchas y reivindicaciones obreras, sino también, pese a la brutal represión desatada por la dictadura militar, los fuertes vínculos aprendidos y transmitidos de generación en generación forman parte de la herencia, idiosincrasia y tradición histórica del movimiento obrero que, a pesar de las mutaciones estructurales producidas en todo el contexto social, subsistieron fuertes lazos que mantuvieron cohesionado al movimiento obrero y que la dictadura no pudo destruir.
La desaparición forzada de personas, campos clandestinos de tortura, violaciones, etc fueron actos aberrantes de pérdidas humanas. Pero esto no impidió que surgieran nuevos dirigentes obreros clandestinos y desconocidos para los patrones. Herederos de esa rica experiencia y tradición histórica, formados en los organismos de base y en la democracia directa, la clase trabajadora se dio a la difícil tarea de reorganizarse acéfalos de estructuras representativas.
Entre lo “deseado” y lo “realizado” por la Junta Militar teniendo en cuenta los objetivos que se plantearon al inicio del proceso existe una gran distancia. Esto no oculta en lo más mínimo que la clase obrera fue duramente golpeada tanto física como moralmente, siendo destruidos sus principales cuadros medios.
Pero la fuerte conciencia que une al movimiento obrero desde finales del siglo XIX hasta nuestros días, tiene raíces muy profundas e imperceptibles para los ideólogos de la clase dominante.
Esto nos avizora un largo y tortuoso camino en procura de la emancipación, al mismo tiempo que se vislumbran en el horizonte pequeños destellos de luz que prefiguran nuevas luchas.
A los miles de luchadores que de una u otro forma dieron su vida por una sociedad más justa y solidaria, están dedicas estas humildes palabras.
Gustavo E. del Pino.
[1] La Prensa, 23-10-79.
lunes, 14 de mayo de 2007
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