“Yo vivo en paz con los hombres
y en guerra con mis entrañas”
Antonio Machado
El 24 de marzo se conmemora un aniversario más del nefasto golpe de Estado que azotó a la sociedad Argentina. En efecto, 30 años han pasado de aquella madrugada en la que las Fuerzas Armadas derrocaron al gobierno peronista y asumieron el control institucional, abriendo de esta forma una nueva fase en el ciclo del capital.
Hablar de la dictadura y el tiempo verbal que se emplee, si duda, define una orientación política y una toma de posición. Para lo cual trataremos de no reducir la dictadura a un mero régimen político que emergió en una determinada situación histórica. En todo caso, dado que las consecuencias fueron no sólo nefastas sino que continúan vigentes como pasaremos a ver, optamos por mantenernos en el tiempo presente. Puesto que presentes son las deudas pendientes.
Esta idea se sustenta en la concepción teórica que analiza la contradicción democracia y dictadura como las dos caras de una misma moneda al servicio de la reproducción del capital. En todo caso, el fin último del sistema político es la reproducción del capital y la forma que adopte –democrático-burguesa o dictatorial y represiva- tiene que ver con la lucha de clases y su relación de fuerza particular.
La emergencia de la dictadura militar sólo se explica si se conoce el periodo previo al golpe, esto es, el proceso de lucha de clases que lo antecedió y el nerviosismo de la burguesía nacional ante las agitadas olas de protestas que protagonizó el movimiento obrero y la sociedad en su conjunto.
En efecto, dentro de este contexto se ubica el proceso que cobró vida a partir del Cordobazo (la insubordinación obrera y popular que mantuvo sitiada a la ciudad de Córdoba a fines de mayo de 1969), este acontecer inaugura un intempestivo periplo que sintetiza conciencia y acción. De las huelgas en Villa Constitución (más conocidas como el Villazo) y las importantísimas huelgas generales en los meses de junio y julio del ´75, surgieron organismos de base (anti-burocráticos y clasistas) en el seno del movimiento obrero y en aguda fricción con lo que se conoce como la burocracia sindical.
El ascenso obrero a partir del Cordobazo que se despliega hasta finales de 1975 conoció niveles inéditos de movilización y politización. No es un hecho menor que durante este período el movimiento obrero experimentara un proceso abierto y revolucionario de independencia de clases, en franca ruptura con la conducción sindical peronista.
Desde la lectura política de la clase dominante, la auto-organización del movimiento obrero en el seno de la producción constituía un obstáculo para la reproducción del capital. En la medida que crecía el ausentismo junto a las reivindicaciones salariales al igual que disminuía la productividad, decrecía la tasa de ganancia.
La dictadura viene a cerrar un ciclo e imponer “la disciplina del capital” al conjunto de la sociedad. Imponer el orden para el nuevo bloque de poder y aliado de los Estados Unidos, significaba imponer el terror a la sociedad a través de la represión, campos clandestinos, desaparición forzada de personas, reforma laboral[1], modificación de los planes de estudio en los ámbitos académicos, entre muchas otras cosas más.
Un aspecto que se hace oportuno desmitificar es lo pertinente a la represión, ésta no se inicia con la dictadura militar, sino durante el gobierno peronista que no concebía un movimiento obrero independiente, es decir; clasista, combativo, anti-burocrático y no peronista. Misión represiva que estuvo a cargo del “brujo” López Rega y su Tripe A.
La dictadura militar -como dijimos- no es la mera modificación de un régimen político, es mucho más, es la reestructuración del capital al servicio de una nueva forma de acumulación, para lo cual se constituyó un nuevo bloque de poder que buscaba desarticular toda alternativa de construcción de poder popular. Es la emergencia (e imposición) de una nueva cultura laboral y un nuevo tipo de Estado capitalista que garantice tales fines.
Pero dejemos al propio Ministro de Economía de entonces, Martínez de Hoz que nos lo explique con sus palabras:
“hemos dicho que la función del Estado es subsidiaria a la del sector privado; el acento hay que ponerlo en la empresa privada como centro y motor de toda economía moderna. Es importante decir que, dentro de esto, el Estado conserva la orientación general de la economía y los grandes instrumentos o planes de acciones económicas, como ser la política monetaria, crediticia, fiscal y cambiaria”.
Esto tuvo consecuencias sociales nefastas para el movimiento obrero que se evidenciaron con mayor exactitud en el mediano y largo plazo. La desocupación hasta entonces era prácticamente nula y años más tarde comienzan a sentirse los primeros síntomas. El secretario de Hacienda de la Nación reconoció en el año ’78 que la desocupación era del 6%, si bien podemos cuestionar la credibilidad del dato, lo que queda claro es que era muy inferior a la actual, y que a lo largo de los años nunca se alcanzó a reducir esta cifra y se inaugura desde entonces un proceso ascendente de pérdida del empleo.
Para reducir el salario se importaron inmigrantes de los países vecinos (1.5 millones en 1976). Por otro lado, acompañando el modelo de des-industrialización, la fábrica de electrodomésticos Aurora inundaba los medios de comunicación a través de su campaña publicitaria basada en el slogan “Aurora importa lo que a usted le importa”.
El diario Clarín del día 21 de mayo de 1980 nos clarifica bastante la situación laboral.
De los 120.000 trabajadores textiles, actualmente trabajan en modo estable sólo 40.000. Un tercio de las fábricas ha cerrado, otro tercio se integra, heterogéneamente, con la importación.
Si a esto le sumamos que fueron despedidos 500.000 funcionarios públicos en 1978 nos queda un panorama desolador.
Estos son sólo algunos ejemplos del modelo de Videla-Martínez de Hoz y toda su pandilla. La lista es mucho más larga, pero lo que nos interesa resaltar son las continuidades dentro de los cambios. Es decir, a partir de diciembre del ´83 la sociedad Argentina se re-encuentra con la democracia después de un largo y duro periodo de lucha, pero esto no significó una modificación del modelo económico-social perpetrado por la dictadura, los datos al respecto son por demás elocuentes en la medida que forma parte de la continuidad del modelo de acumulación implementado en marzo del ´76.
Los datos del último informe (2005) y recién dados a conocer por el Instituto Nacional de Estadística y Censo (Indec) son por demás dramáticos. Sostiene el informe que la pobreza descendió durante la segunda mitad del año pasado de un 40.2 % a un 33.8 %, lo mismo que la indigencia se redujo a un 12 % de un 15% que había en el 2004, actualmente un millón de personas superan la línea de pobreza, pero lo más dramático del informe es que estos datos -por muy alentadores que suenen- no logran ni siquiera alcanzar los niveles de vida de los años ´90, cuando el país estaba muy lejos de ser identificado como “el granero del mundo”.
Para precisar, existen hoy en el país austral más de 12 millones de pobres, de los cuales 4 millones no alcanzan a cubrir una canasta mínima de calorías. Y más allá de las voces que aluden al vigoroso crecimiento económico en estos últimos tres años (9% aproximadamente por año) la desigualdad social y distribución del ingreso ha empeorado y ni siquiera durante la década menemista la diferencia entre ricos y pobres fue tan profunda. A esto hay que sumarle la desocupación que ronda en un 10%, dato inferior sin duda a los 18% de la década pasada.
En conclusión, tenemos un país con un significativo crecimiento económico pero mal distribuido. En el cual, el hecho de tener un empleo no garantiza la reproducción de la fuerza de trabajo. El crecimiento económico y la disminución de la desocupación no garantizan un salario acorde a la canasta familiar, sino en todo caso un trabajo flexibilizado y precarizado. Del genocidio militar hemos pasado intempestivamente al genocidio social.
En este sentido, la lucha por las conquistas democráticas basadas en un programa que garantice salud, vivienda, educación, agua, al igual que la distribución de la jornada laboral para frenar la desocupación constituye en los tiempos actuales una necesidad prioritaria.
Justamente por esto es fundamental recordar el 24 de marzo de 1976, pues es una forma de recuperar la memoria histórica y las diversas experiencias y expresiones de lucha que la cobijaron.
Mientras escribo estas líneas los trabajadores petroleros de Las Heras en el sur del país se encuentran en huelga. A ellos y a los miles de luchadores que dieron la vida por una sociedad más justa y solidaria están dedicadas estas palabras.
Gustavo E. del Pino.
23-03-06.
[1] La Junta Militar sintetizó lo que debía ser el futuro sindicalismo en el año ´79 al sancionar la ley 22.105 de flexibilización laboral y restringir los derechos sindicales.
jueves, 17 de mayo de 2007
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario