viernes, 18 de mayo de 2007

HOMI K. BHABHA, LO INDETERMINADO: DEL LENGUAJE POSMODERNO EN EL ESTUDIO POSCOLONIAL

El ensayo intitulado Lo poscolonial y lo posmoderno[1], escrito por el pensador de origen indio Homi Bhabha, se inscribe en la tradición “epistemológica” del discurso de la posmodernidad. Su aportación está hecha ex profeso para los estudios históricos del poscolonialismo. Señalemos los elementos que lo asocian con esta tradición.

Fundamentos

El primer punto y más fundamental es su crítica a toda noción o intento teórico totalizador. El pensador indio busca inscribir su tradición poscolonial de manera antitética a lo que fuera la teoría de la dependencia, la cual tenía como presupuesto nuclear la oposición binaria entre países centrales y periféricos. El poscolonialismo será un proyecto histórico y literario que resistirá el intento de cualquier totalización o explicación holística de lo social (Pág. 213).
Según su argumento, el proyecto poscolonial busca explorar lo que Habermas denomina “patologías sociales” las cuales han trascendido la bipolaridad antagónica de clases y ahora han “irrumpido” en los fenómenos históricos actuales. Según Bhabha esta irrupción a puesto en “escena otros antagonismos sociales” (P. 211). Sin embargo estas nuevas estrategias contrahegemónicas están imbuidas en un indeterminismo de la identidad debido a la arbitrariedad del signo de la significación cultural.
Según su ver, la aparición abrupta de la ruptura, la discontinuidad y lo fragmentario, han dado lugar a que el sujeto de la cultura sea alterado por una racionalidad mínima que produce una metáfora lingüística y arrastra a ese sujeto de una función epistemológica (totalización superada) a una “práctica enunciativa” (P. 218). Con su elocuente lenguaje intrincado, lo explica así: “si lo epistemológico tiende hacia un reflejo de su referente u objeto empírico, lo enunciativo intenta repetidamente reinscribirse y relocalizar el reclamo político a la prioridad cultural y jerárquica (alto/bajo, nuestro/de ellos) en la institución social de la actividad significante.” Esto es, que mientras lo epistemológico es un discurso entrampado, cerrado en sí mismo que busca sólo reflejos referentes en la realidad para (auto)validarse, lo enunciativo intenta “rastrear desplazamientos y realineamientos” del antagonismo cultural buscando los sitios híbridos alternativos.
Este sería un trascender de la oposición teoría-práctica, que Bhabha llamaría un “más allá de la teoría” (P. 222). Sería un momento fuera de la teoría. Siguiendo la teoría posestructuralista, este más allá de la teoría es lo que se capta como “fuera de la frase”, es lo contingente, lo inesperado, lo indeterminado (que no alcanza a ser captado o aprehendido por la teoría).
Esto tendría una implicación fundamentalmente política, pero que Bhabha la desarrolla en un sentido historiográfico: el paso (¿hacia atrás?) de un sujeto político moderno a un “agente sin causa posmoderno”. Si el proyecto epistemológico suponía apriorísticamente un sujeto o sujetos homogéneos confrontados bipolarmente, el agente sin causa posmoderno –advenedizo nuevamente por lo contingente– logra escapar de una generalización que implica el “autoalienamiento” de la conciencia rebelde.
Finalmente, su ensayo termina con una reivindicación de la preocupación central de Foucault, quien temía a la creación del historicismo decimonónico: el Hombre deshistorizado que fue fundado por “esas fuerzas de normalización y naturalización que crean una moderna sociedad disciplinaria occidental” (P. 237).

¿Sería válido contrastar una propuesta historiográfica como el poscolonialismo con un proyecto utópico-científico de transformación social como el marxismo? ¿Desde dónde? ¿Para qué? Si el marxismo es una propuesta teórica dotada de un momento de praxis revolucionaria, considero válido asumir una discusión a partir de su núcleo teórico, el reto está planteado: El problema de si al pensamiento humano se le puede atribuir una verdad objetiva, no es un problema teórico, sino un problema práctico. Es en la práctica donde el hombre tiene que demostrar la verdad, es decir, la realidad y el poderío, la terrenalidad de su pensamiento. El litigio sobre la realidad o irrealidad de un pensamiento que se aísla de la práctica, es un problema puramente escolástico.[2]

Crítica

En primer lugar, y dado que el ensayo de Bhabha se puede tomar como un trabajo aislado, añoramos una definición mínima tanto de modernidad como posmodernidad y del lugar desde donde sopla lo advenedizo, lo contingente, lo caótico. La definición que podríamos señalar como “clásica” de modernidad como un “desencantamiento del mundo” adolece de un marcado idealismo. Definir la modernidad simplemente a partir de una revolución racionalista que dio origen a una noción evolucionista de la Historia marcada por su ideología de progreso, me parece pobre y parcial. A partir de esta conceptualización, pareciera que el hombre de la Ilustración, parafraseando a Marx, se pusiera de cabeza frente a todos los demás hombres, y de su cabeza ilustrada comenzaran a salir “antojos mucho más peregrinos y extraños que si de pronto [una] mesa rompiese a bailar por su propio impulso” mientras el resto del mundo permanece tranquilo.[3] Si la modernidad implicó un cambio en las “estructuras del sentir”, necesariamente debió tener un referente material.

El fundamento de la modernidad se encuentra en la consolidación indetenible –primero lenta, en la Edad Media, después acelerada, a partir del siglo XVI, e incluso explosiva, de la Revolución Industrial pasando por nuestros días– de un cambio tecnológico que afecta la raíz misma de las múltiples ‘civilizaciones materiales’ del ser humano.[4]

Con el advenimiento de la modernidad, es decir, de esa nueva relación del Hombre con “lo otro”, con lo extrahumano, con la naturaleza, por primera vez en la historia se vuelve viable la superación de la escasez y se abre la posibilidad de la abundancia. Este posicionamiento material, pone al hombre “en la jerarquía prometida de ‘amo y señor’ de la Tierra.” Así, Dios y los representantes metafísicos “domadores” de “lo otro” anteriormente hostil, se sumen en una crisis existencial de la esfera pública, cambiándose las bases de sustentación de la cultura. Captando de esta forma dialéctica a la modernidad, es sumamente problemático concebirnos en un mundo “posmoderno”. Sin embargo seamos claros, es evidente que existen nuevas modificaciones profundas en las “estructuras del sentir” y que diversos autores las han conceptualizado como la condición posmoderna.[5] Los pensadores marxistas como David Harvey, Frederic Jameson, Perry Anderson y Terry Eagleton, han caracterizado a la época posmoderna como la estructura de sentimientos del período neoliberal del capitalismo contemporáneo. Signada por la derrota del proyecto de la izquierda radical y atascada en nuevas formas de acumulación de capital (“la acumulación flexible”) y manejo de la hiper-acumulación, la condición posmoderna tiene que ver con un cambio aparencial en los elementos fenoménicos del capitalismo, el cual no ha cambiado esencialmente su base de sustentación: i) crecimiento y expansión constantes; ii) acumulación a partir de creación de valor y explotación de la fuerza de trabajo (plusvalía); y iii) dinamismo y competencia tecnológica.[6] Además podríamos añadir un cuarto elemento, el de mercantificar cada vez más aspectos de la realidad social del hombre –las pasiones, el arte, el deseo, la literatura, la belleza en el siglo XIX-XX hasta el aire, el agua, la cadena genética de los seres vivos y el genoma humano en el XX-XXI.
El elemento característico de nuestra época, moderna en esencia, posmoderna en apariencias, es que la reproducción material (la proyección mental también es producción material nos dice Raymond Williams) esta determinada por el modo capitalista de creación de la riqueza social. Para intentar comprenderlo necesitamos forzosamente una visión totalizadora. La pregunta de partida de Marx (¿Cuál es la construcción moderna de la sociedad?) y el abordaje teórico crítico que expone es, a mi modo de ver, “superior” para entender y explicar ciertos elementos y problemas sobre la sociedad capitalista. Reafirmar la diferenciación entre totalidad y completud es básico para impugnar la afirmación (en parte cierta) de los estudios posmodernos en el sentido de que la realidad es infinita y el conocimiento finito e incapaz de aprender lo real. La totalidad no es el estudio de todo, sino de los elementos fundamentales que organizan el todo. Sarcásticamente dirá Eagleton: “Algunas clases de totalidad –prisiones, patriarcado, el cuerpo, órdenes políticos absolutistas– serán tópicos aceptables de conversación, mientras que otras –modos de producción, formaciones sociales, sistemas doctrinarios– serán silenciosamente censuradas.”[7]
Tenemos que alejarnos de la concepción que piensa que la totalidad es siempre homogénea, polarizadora y biunívoca. “La concepción dialéctica de la totalidad no sólo significa que las partes se hallan en una interacción y conexión internas con el todo, sino también que el todo no puede ser petrificado en una abstracción situada por encima de las partes, ya que el todo se crea a sí mismo en la interacción de éstas.”[8] Este punto de partida epistemológico nos permite conocer el mundo en su concreción, Bhabha, junto a muchos posmodernos, en su abominación por la totalidad, “como cualquier rama del antirrealismo epistemológico, niega de forma consistente la posibilidad de describir la manera como el mundo es, y se encuentra haciéndolo de la misma forma.”[9]
Si el argumento central para rechazar la posibilidad de un conocimiento totalizador de la época posmoderna es el advenimiento de una era completamente nueva marcada por la ruptura, la contingencia, lo inesperado, lo indeterminado, lo caótico, tenemos que centrarnos en estos acontecimientos: el de fragmentación y el de novedad.
En principio podemos argumentar que el efecto fragmentador, la conciencia de que el mundo que nos rodea se esta desolidificando es, siguiendo a Marx, propia del capitalismo. Y sería precisamente un elemento esencial del capitalismo, la mercantificación de la sociedad, el movimiento disolvente e inherente a la modernidad capitalista.

“Las abigarradas ligaduras feudales que ataban al hombre ‘a sus superiores naturales’ las ha desgarrado sin piedad para no dejar subsistir otro vínculo entre los hombres que el frío interés, el cruel ‘pago al contado’. Ha ahogado el sagrado éxtasis del fervor religioso, el entusiasmo caballeresco y el sentimentalismo del pequeño burgués en las aguas heladas del cálculo egoísta”.[10]

Esta disolución de los valores, las mentalidades, las formas de pensar tradicionales de las sociedades no burguesas, y su sustitución por una manifestación unívoca exhalada del dinero es, quizá, el sometimiento más violento que ha padecido la humanidad bajo el dominio del capital. “[Todo lo sólido se desvanece en el aire] todo lo sagrado es profano, y los hombres, al fin, se ven forzados a considerar serenamente sus condiciones de existencia y sus relaciones recíprocas”[11]. La modernidad disuelve las certidumbres culturales no-burguesas, la acumulación de capital disuelve las relaciones sociales de producción ancestrales y con la mercancía, el capitalismo “derrumba todas las murallas de China” y penetra y se expande por el mundo entero. El Hombre, despojado de la tierra como elemento de reproducción, y de todo “orden orgánico” con lo divino, el Hombre pues como “individuo desnudo” se ve en la necesidad de reproducir el sistema capitalista a condición de subsistir.
El hecho de que fenomenológicamente el capitalismo se nos aparezca como fragmentado e inconexo no implica que no existan elementos que interconectan los hechos sociales. Así lo vieron Walter Benjamin y Georges Simmel, pensadores de principios del siglo pasado. “El método fragmentario de Benjamín pone de manifiesto, como en el caso de Simmel, que el fragmento más pequeño de la realidad observada refleja el resto del mundo.”[12]
La idea de la novedad es otro argumento cuestionable. “Para Benjamín el desesperante y vacío despertar de la conciencia, es crónico en la humanidad. Cada periodo aparece así mismo como inevitablemente nuevo.”[13] Ya hemos señalado que existen cambios fundamentales en la cultura contemporánea, pero también que los elementos esenciales de la reproducción del capital no sólo siguen dictando los derroteros del devenir sino que se han profundizado y radicalizado como nunca en la historia. “La siempre nueva-cara de la mercancía, que se refleja en las nuevas modas y en la propaganda, oculta la siempre misma-reproducción del intercambio de valores. Esta característica vital de la modernidad –la dialéctica de lo nuevo y siempre lo mismo− es examinada en el contexto de la moda y de la vida de la mercancía.”[14]
Finalmente, el tema más controversial del texto de Bhabha es sin duda su definición de agente en contraposición de sujeto. En la negación posmoderna de la totalidad, “El efecto de esta ruptura en la cadena significante es reducir la experiencia a ‘una serie de presentes puros y desvinculados en el tiempo’”[15]. Lo que lleva, según el análisis que hace Harvey de la obra de Derrida, a la “producción de un cierto efecto esquizofrénico”. El efecto de un individuo fragmentado en el tiempo, sin capacidad de articular su pasado con el presente y su futuro, y sin contacto con lo que podríamos llamar lo real concreto, es que se sumerge más en una incapacidad por entender y transformar su realidad. Según esto, “ya no podemos concebir al individuo como alienado en el sentido clásico marxista, porque estar alienado supone un sentido del propio ser coherente y no fragmentado, del que se esta alienado.”[16] Como señala el mismo Harvey, si el sujeto moderno se caracterizó por pensar un futuro mejor, el individuo posmoderno con sus características esquizoides, que dan lugar a la fragmentación y la inestabilidad, esta imposibilitado de proyectar una estrategia para “producir un futuro radicalmente diferente”. En el período posmoderno, es el pragmatismo, el que “se convierte en la única filosofía de la acción posible.”[17]
Lo que Bhabha señala como una ventaja de su propuesta historiográfica, se transforma en una apología a la inmovilidad política. Si entender al individuo desde diferentes identidades hibridas nos permite explicarlo mejor en los libros de historia, en el momento de una acción política esa indeterminación nos conduce a un individuo ambiguo desujetizado. ¿Qué es sino la apelación a la “sociedad civil”? ¿Banqueros gay codo a codo con indias appistas luchando por destituir un gobierno indeterminable legalmente? Esta perspectiva posmoderna de aprehensión del individuo en su acción política es ambigua: “El feminismo y lo étnico son hoy populares porque marcan algunas de las luchas políticas más vitales que confrontamos en la realidad. Son también populares porque no son necesariamente anticapitalistas y así se adecuan lo suficiente a una época posradical.”[18]

Las insuficiencias de Homi Bhabha van marcadas por su aceptación acrítica de los elementos ortodoxos del posmodernismo heterodoxo. Concebir al marxismo dentro de una tradición historicista es no haber comprendido nada.
Las polémicas ideas de Bhabha nos llevan a reflexionar en diversos ángulos. Desde la teoría nos ayuda a seguir reflexionando a los que aún pensamos desde las teorías totalizadoras –y desde el marxismo más precisamente– en la búsqueda de salidas a su crisis como sistemas explicativos. Pero además a la izquierda radical nos exhorta a trabajar, en la exploración de la construcción de un proyecto político amplio, junto a “los otros”, mujeres, nativos y migrantes sujetos (sujetados) por adjetivos: sometidos, esclavizados, explotados.

Carlos Hernández Vargas

[1] “Lo poscolonial y lo posmoderno”. El lugar de la cultura. Buenos Aires, editorial Manantial, 2002.
[2] Karl Marx. Tesis sobre Feuerbach. 1845. En http://www.marxists.org/espanol/m-e/1840s/45-feuer.htm.
[3] Karl Marx. El Capital. Crítica de la economía política. Tomo I. México DF, Fondo de cultura económica, 1999. Pág. 37.
[4] Bolívar Echeverría. Las ilusiones de la modernidad. México DF, UNAM/El equilibrista. 1997. Pág. 141.
[5] Entre los más destacados: Jean Baudrillard, Jean-François Lyotard, Jacques Lacan, Michel Foucault, Gianni Vattimo, Jacques Derrida. Algunos críticos de la posmodernidad son: David Harvey, Terry Eagleton, Perry Anderson, etc.
[6] David Harvey. La condición de la posmodernidad. Investigación sobre los orígenes del cambio cultural. Buenos Aires, Amorrurtu editores, 2004. Pág. 200-203.
[7] Terry Eagleton. Las ilusiones del posmodernismo. Buenos Aires, Pidós, 2004. Pág. 30.
[8] Karen Kosík. Dialéctica de lo concreto. México DF, Grijalbo, 1976, Pág. 63.
[9] Eagleton. Op Cit. Pág. 54.
[10] Karl Marx y Federico Engels, “Manifiesto del Partido Comunista” en Obras escogidas, Tomo I. Moscú, Editorial Progreso, 1976, pp. 113.
[11] Ibid., pp. 114.
[12] José Picó. Comp. Modernidad y posmodernidad. Madrid. Alianza editorial, 2002. Pág. 25.
[13] Ibíd. Pág. 26.
[14] Ibíd. Pág. 26.
[15] David Harvey. La condición de la posmodernidad. Investigación sobre los orígenes del cambio cultural. Buenos Aires, Amorrurtu editores, 2004. Pág. 71.
[16] Ibíd. Pág. 71.
[17] Ibíd. Pág. 69.
[18] Eagleton. Op Cit. Pág. 49.

jueves, 17 de mayo de 2007

A TREINTA AÑOS DEL GOLPE: ALGUNAS DEUDAS PENDIENTES

“Yo vivo en paz con los hombres
y en guerra con mis entrañas”

Antonio Machado


El 24 de marzo se conmemora un aniversario más del nefasto golpe de Estado que azotó a la sociedad Argentina. En efecto, 30 años han pasado de aquella madrugada en la que las Fuerzas Armadas derrocaron al gobierno peronista y asumieron el control institucional, abriendo de esta forma una nueva fase en el ciclo del capital.

Hablar de la dictadura y el tiempo verbal que se emplee, si duda, define una orientación política y una toma de posición. Para lo cual trataremos de no reducir la dictadura a un mero régimen político que emergió en una determinada situación histórica. En todo caso, dado que las consecuencias fueron no sólo nefastas sino que continúan vigentes como pasaremos a ver, optamos por mantenernos en el tiempo presente. Puesto que presentes son las deudas pendientes.
Esta idea se sustenta en la concepción teórica que analiza la contradicción democracia y dictadura como las dos caras de una misma moneda al servicio de la reproducción del capital. En todo caso, el fin último del sistema político es la reproducción del capital y la forma que adopte –democrático-burguesa o dictatorial y represiva- tiene que ver con la lucha de clases y su relación de fuerza particular.

La emergencia de la dictadura militar sólo se explica si se conoce el periodo previo al golpe, esto es, el proceso de lucha de clases que lo antecedió y el nerviosismo de la burguesía nacional ante las agitadas olas de protestas que protagonizó el movimiento obrero y la sociedad en su conjunto.

En efecto, dentro de este contexto se ubica el proceso que cobró vida a partir del Cordobazo (la insubordinación obrera y popular que mantuvo sitiada a la ciudad de Córdoba a fines de mayo de 1969), este acontecer inaugura un intempestivo periplo que sintetiza conciencia y acción. De las huelgas en Villa Constitución (más conocidas como el Villazo) y las importantísimas huelgas generales en los meses de junio y julio del ´75, surgieron organismos de base (anti-burocráticos y clasistas) en el seno del movimiento obrero y en aguda fricción con lo que se conoce como la burocracia sindical.

El ascenso obrero a partir del Cordobazo que se despliega hasta finales de 1975 conoció niveles inéditos de movilización y politización. No es un hecho menor que durante este período el movimiento obrero experimentara un proceso abierto y revolucionario de independencia de clases, en franca ruptura con la conducción sindical peronista.

Desde la lectura política de la clase dominante, la auto-organización del movimiento obrero en el seno de la producción constituía un obstáculo para la reproducción del capital. En la medida que crecía el ausentismo junto a las reivindicaciones salariales al igual que disminuía la productividad, decrecía la tasa de ganancia.


La dictadura viene a cerrar un ciclo e imponer “la disciplina del capital” al conjunto de la sociedad. Imponer el orden para el nuevo bloque de poder y aliado de los Estados Unidos, significaba imponer el terror a la sociedad a través de la represión, campos clandestinos, desaparición forzada de personas, reforma laboral[1], modificación de los planes de estudio en los ámbitos académicos, entre muchas otras cosas más.
Un aspecto que se hace oportuno desmitificar es lo pertinente a la represión, ésta no se inicia con la dictadura militar, sino durante el gobierno peronista que no concebía un movimiento obrero independiente, es decir; clasista, combativo, anti-burocrático y no peronista. Misión represiva que estuvo a cargo del “brujo” López Rega y su Tripe A.

La dictadura militar -como dijimos- no es la mera modificación de un régimen político, es mucho más, es la reestructuración del capital al servicio de una nueva forma de acumulación, para lo cual se constituyó un nuevo bloque de poder que buscaba desarticular toda alternativa de construcción de poder popular. Es la emergencia (e imposición) de una nueva cultura laboral y un nuevo tipo de Estado capitalista que garantice tales fines.
Pero dejemos al propio Ministro de Economía de entonces, Martínez de Hoz que nos lo explique con sus palabras:

“hemos dicho que la función del Estado es subsidiaria a la del sector privado; el acento hay que ponerlo en la empresa privada como centro y motor de toda economía moderna. Es importante decir que, dentro de esto, el Estado conserva la orientación general de la economía y los grandes instrumentos o planes de acciones económicas, como ser la política monetaria, crediticia, fiscal y cambiaria”.


Esto tuvo consecuencias sociales nefastas para el movimiento obrero que se evidenciaron con mayor exactitud en el mediano y largo plazo. La desocupación hasta entonces era prácticamente nula y años más tarde comienzan a sentirse los primeros síntomas. El secretario de Hacienda de la Nación reconoció en el año ’78 que la desocupación era del 6%, si bien podemos cuestionar la credibilidad del dato, lo que queda claro es que era muy inferior a la actual, y que a lo largo de los años nunca se alcanzó a reducir esta cifra y se inaugura desde entonces un proceso ascendente de pérdida del empleo.

Para reducir el salario se importaron inmigrantes de los países vecinos (1.5 millones en 1976). Por otro lado, acompañando el modelo de des-industrialización, la fábrica de electrodomésticos Aurora inundaba los medios de comunicación a través de su campaña publicitaria basada en el slogan “Aurora importa lo que a usted le importa”.

El diario Clarín del día 21 de mayo de 1980 nos clarifica bastante la situación laboral.

De los 120.000 trabajadores textiles, actualmente trabajan en modo estable sólo 40.000. Un tercio de las fábricas ha cerrado, otro tercio se integra, heterogéneamente, con la importación.
Si a esto le sumamos que fueron despedidos 500.000 funcionarios públicos en 1978 nos queda un panorama desolador.

Estos son sólo algunos ejemplos del modelo de Videla-Martínez de Hoz y toda su pandilla. La lista es mucho más larga, pero lo que nos interesa resaltar son las continuidades dentro de los cambios. Es decir, a partir de diciembre del ´83 la sociedad Argentina se re-encuentra con la democracia después de un largo y duro periodo de lucha, pero esto no significó una modificación del modelo económico-social perpetrado por la dictadura, los datos al respecto son por demás elocuentes en la medida que forma parte de la continuidad del modelo de acumulación implementado en marzo del ´76.

Los datos del último informe (2005) y recién dados a conocer por el Instituto Nacional de Estadística y Censo (Indec) son por demás dramáticos. Sostiene el informe que la pobreza descendió durante la segunda mitad del año pasado de un 40.2 % a un 33.8 %, lo mismo que la indigencia se redujo a un 12 % de un 15% que había en el 2004, actualmente un millón de personas superan la línea de pobreza, pero lo más dramático del informe es que estos datos -por muy alentadores que suenen- no logran ni siquiera alcanzar los niveles de vida de los años ´90, cuando el país estaba muy lejos de ser identificado como “el granero del mundo”.

Para precisar, existen hoy en el país austral más de 12 millones de pobres, de los cuales 4 millones no alcanzan a cubrir una canasta mínima de calorías. Y más allá de las voces que aluden al vigoroso crecimiento económico en estos últimos tres años (9% aproximadamente por año) la desigualdad social y distribución del ingreso ha empeorado y ni siquiera durante la década menemista la diferencia entre ricos y pobres fue tan profunda. A esto hay que sumarle la desocupación que ronda en un 10%, dato inferior sin duda a los 18% de la década pasada.

En conclusión, tenemos un país con un significativo crecimiento económico pero mal distribuido. En el cual, el hecho de tener un empleo no garantiza la reproducción de la fuerza de trabajo. El crecimiento económico y la disminución de la desocupación no garantizan un salario acorde a la canasta familiar, sino en todo caso un trabajo flexibilizado y precarizado. Del genocidio militar hemos pasado intempestivamente al genocidio social.
En este sentido, la lucha por las conquistas democráticas basadas en un programa que garantice salud, vivienda, educación, agua, al igual que la distribución de la jornada laboral para frenar la desocupación constituye en los tiempos actuales una necesidad prioritaria.
Justamente por esto es fundamental recordar el 24 de marzo de 1976, pues es una forma de recuperar la memoria histórica y las diversas experiencias y expresiones de lucha que la cobijaron.
Mientras escribo estas líneas los trabajadores petroleros de Las Heras en el sur del país se encuentran en huelga. A ellos y a los miles de luchadores que dieron la vida por una sociedad más justa y solidaria están dedicadas estas palabras.

Gustavo E. del Pino.
23-03-06.
[1] La Junta Militar sintetizó lo que debía ser el futuro sindicalismo en el año ´79 al sancionar la ley 22.105 de flexibilización laboral y restringir los derechos sindicales.

miércoles, 16 de mayo de 2007

Violencia y cosificación

La discusión acerca de la violencia en sus diferentes manifestaciones no deja de ser un tema recurrente en los diferentes medios de comunicación. La espectacular magnificación de robos, hurtos, secuestros, violaciones, etc., cobran relevancia a la hora de ser presentados por los emporios televisivos y gráficos.
A esta intoxicación ideológica y mediática, nada despojada de intereses que cobijan algunos grupos de poder, va acompañada –explícita o implícitamente- de todo un contenido político y social que desde el sentido común encubre la conclusión que esta problemática sólo es solucionable a través de la implementación de medidas represivas y la modificación del arsenal jurídico, con el objetivo de implementar medidas mas “duras” y de esta forma mantener “aislados y encerrados” a los enfermos de esta sociedad.

Bajo el título de violencia se escamotea un innumerable conjunto de acciones que manifiestan diferentes tipos y niveles de agresión, y por sobre todo niega la posibilidad de concebir a otra persona como un igual.
Esta cultura del espectáculo y del consumo en la cual, como se sostiene; “pertenecer tiene sus privilegios”, impregna nuestra conciencia a tal grado que las relaciones humanas que construimos en nuestra vida cotidiana se metamorfosean en relaciones “cosificadas”.

Sin duda se ha establecido una nueva forma de dominación en la cual los valores antes vigentes se encuentran en crisis, originando el tal sentido una nueva hegemonía socio-cultural que en gran medida oscurece nuestra imaginación y creatividad, generando un efecto distorsionante sobre la vida humana y nuestra condición genérica.
En el seno de la sociedad las tensiones se han exacerbado provocando una aguda fragmentación no sólo en lo económico-social con niveles de desigualdad estrepitosos, sino que la cultura del consumo, característica de una sociedad capitalista basada en la sobreproducción de artículos en su mayoría poco necesarios, disocia y fragmenta nuestra conciencia. Esta disociación entre Hombre y Mundo se ha objetivizado a tal punto que nos genera un desencuentro y alejamiento no sólo con los demás seres humanos, sino con nosotros mismos, en nuestro íntimo sentir.
La manipulación que ejerce la cultura dominante produce un individuo fragmentado, por lo tanto, en la sociedad de consumo el único valor “preciado” que nos articula como totalidad es el mercado. Si en la sociedad de masas la unidad lo constituía la familia y la escuela como “espacio” de encuentro y de formación de nuestro “Ser y Sentir en el mundo”, en la sociedad del consumo ese espacio ha sido despojado por las fuerzas del mercado.

La violencia entonces, es la expresión amorfa e inconsciente de nuestro desencuentro en el mundo, es un rechazo a la sociedad de consumo que, al no encontrarse otros canales de experimentación que nos brinden la posibilidad de proyectar una vida más imaginativa, creativa y des-alienada, encuentra como único recurso la violencia.

Es una necedad pensar que podemos salir de este círculo vicioso con la implementación de leyes más rigurosas. Es la construcción de un nuevo proyecto de transformación cultural que modifique de raíz la actual lógica del mercado lo que nos queda por construir, este es el desafío que tenemos por delante.

Gustavo del Pino.

martes, 15 de mayo de 2007

EL LARGO PERIPLO DE LA CONCIENCIA LATINOAMERICANA

Por la encendida calle antillana
va Tembandumba de la Quimbamba
-rumba, macumba, candombe, bámbula-
entre dos filas de negras caras.
Ante ella un congo –gongo y maraca-
Ritma una conga bomba que bamba.

Luis Palés Matos



A lo largo de todo el continente iberoamericano una vez finalizada las guerras independentistas, han surgido voces que con gran avidez denunciaban la preponderancia de los Estados Unidos en nuestro suelo. En el plano intelectual el poeta puertorriqueño Palés Matos, junto al escritor de la misma talla como fue José Martí alzaron sus voces ante la prepotencia que ejercía Estados Unidos.
No podemos dejar de mencionar y tener en cuenta que muy tempranamente los Estados Unidos “nos adoptaron como propios”, en 1823 la Doctrina Monroe sostenía; “América para los americanos”. En la cual nuestra región era considerada vital para sus intereses estratégicos.

Esta preocupación de los poetas antillanos (entre muchos otros) ante el avasallamiento norteamericano tiene raíces muy profundas y materiales, puesto que, en 1898 Puerto Rico fue invadido por los Estados Unidos y tomado como botín de guerra, situación que permanece hasta la actualidad. Puerto Rico es hoy un estado libre y asociado, a los intereses norteamericanos por supuesto.

El tema de la identidad al igual que la integración latinoamericana no es un tema novedoso, ya había estado planteado por Simón Bolívar durante el proceso de formación de nuestros estados nacionales. Pero en lo albores del silgo XX la “conciencia latinoamericanista” tendrá una diversidad de manifestaciones que transitó sin tropiezos desde el plano intelectual y académico, hacia masivas movilizaciones y organizaciones políticas.
Las innumerables intervenciones de lo Estados Unidos en nuestro suelo, la imposición de gobiernos dictatoriales junto a la expoliación de nuestras riquezas, principalmente a través del pago de los intereses de la deuda externa, generó en el territorio latinoamericano no sólo hambre y miseria, también una conciencia antiimperialista que subyace a lo largo de nuestro proceso histórico y se mantiene viva hasta nuestros días.

De esta forma, la expansión de las metrópolis imperialistas desde 1870 condicionó la formación de una burguesía con intereses nacionales y capacidad de emprender una reestructuración económica y política al estilo de la Revolución Francesa. Las burguesías latinoamericanas nacieron condicionadas y subsumidas a los intereses externos, cuya misión consistía en suministrar materias primas a los países imperiales.
Por lo tanto nuestras burguesías son débiles, y para poder encarar al menos un incipiente desarrollo autónomo que frene los intereses del imperialismo, fue necesario plantear en términos políticos una “convivencia pacífica” (o al menos sin grandes conflictos) entre las clases sociales.
La burguesía necesita tener cierta hegemonía y consenso interno para producir un desarrollo nacional. Pero dada su debilidad estructural que condiciona no sólo el desenvolvimiento político, sino la propia funcionalidad del estado, necesita inexorablemente establecer alianzas policlasistas con el campesinado y el movimiento obrero contra la presión que ejerce el imperialismo y el mercado mundial.
Esto explica el surgimiento de gobiernos nacionales y populares o nacionales burgueses como el de Perón, Vargas en Brasil, Cárdenas en México o Chávez en Venezuela actualmente.

Para el presente artículo, considero importante resaltar un aspecto que me parece de vitral importancia y que debemos tener presente no como mero desenvolvimiento o historia de las ideas latinoamericanas, más aún, para la confección de cualesquier proyecto político de emancipación latinoamericana. Y es la idea que en América Latina transita una línea rectora desde la formación de los estados nacionales hasta el presente, cuya conciencia anti-imperialista se fue dibujando (no sin alteraciones) en cada país o región y contexto social y político en particular.

La lucha contra el imperialismo en América Latina ha tenido como denominador común la oposición a terribles y sangrientas dictaduras. Inauguró el pasado siglo la revolución mexicana en 1910 y la organización campesina contra la dictadura de Porfirio Díaz. Con sus diferencias y matices en Cuba sucede lo mismo contra la dictadura de Batista y en Nicaragua contra el clan Somoza.
Ante la terrible situación económica, política y social en que se vivía en estos países, en la cual los dictadores eran fieles representantes de los intereses norteamericanos, las clases explotadas veían la necesidad luchar por la vigencia de los derechos democráticos y por una mejoría ante las condiciones de extrema pobreza en que se vivía, al mismo tiempo que consideraban a los Estados Unidos como el “saqueador” del país, esto a su vez dio cuerpo a la formación de una conciencia nacional antiimperialista que las organizaciones políticas o político-militares canalizaron oportunamente.

Después de este vertiginoso (y algo desordenado) recorrido histórico, dejemos que “el inconformista” José Martí, en un poema escrito a sus dieciséis años nos deslumbre con su sentir universal: “No es un sueño, es verdad: grito de guerra/ Lanza el cubano pueblo enfurecido; El pueblo que tres siglos ha sufrido/ Cuanto de negro la opresión encierra.”


Gustavo del Pino.

Leyendo en conjunto a Raymond Williams, Edward Said, Antonio Candido y Ricardo Piglia: notas sobre cultura, imperialismo y literatura latinomericana

"No es que los escritores conciban las soluciones políticas
antes que los políticos, sino que la buena literatura,
aun y tal vez sobre todo la que no es concientemente política,
ilumina las contradicciones, las carencias, las aspiraciones
y las frustraciones de una sociedad, no explicitándolas
sino recreándolas en forma tan concentrada y densa
que hace que el lector las viva con una intensidad que la opacidad
de su propia experiencia cotidiana raras veces le permite"
José Luis González




La idea central de este ensayo es leer conjuntamente dos textos de diferentes índoles y aparentemente lejanos: por un lado, la conferencia dictada por Ricardo Piglia en La Habana en el año 2000, intitulada Tres propuestas para el próximo milenio (y cinco dificultades) y, por el otro, parte de la densa obra de Raymond Williams, Marxismo y literatura, publicada originalmente en 1977. El objetivo es relacionar las propuestas de Piglia para la literatura latinoamericana con el concepto de “estructuras del sentir” elaborado por Williams en su teoría cultural; de modo más específico, la intención es pensar la literatura – con su capacidad de “descontextualizar, borrar la presencia persistente de ese presente y construir una contrarealidad” – como creadora y representante de nuevas “estructuras del sentir”, hipótesis que captaría la “tensión frecuente entre la interpretación admitida y la experiencia práctica” de la realidad social. Para realizar esta lectura, partiremos del libro Cultura e imperialismo, de Edward Said, procurando entenderlo mejor a la luz del rico ensayo de Antonio Candido titulado “Literatura e formação do homem”. Con base en estos cuatro textos, pretendemos, en última instancia, reflexionar acerca de las posibilidades de la literatura para desmitificar el discurso oficial y, con eso, contribuir a la construcción de una contra-hegemonía.

El fenómeno del imperialismo fue estudiado sobre todo en el ámbito económico y político. Las obras clásicas que directamente remiten al tema son Imperialismo: un estudio, de J.A. Hobson, Imperialismo: fase superior del capitalismo, de Lenin, o La era del Imperialismo, de Harry Magdoff. Más recientemente, en 2003, David Harvey publicó su excelente libro El nuevo imperialismo. A pesar de sus reconocidos aportes críticos, estos autores acaban por limitarse a lo que podríamos llamar plan económico-político de tal fenómeno, sea por una consciente preocupación particular, sea por creer en el determinismo económico de la sociedad; de todos modos, cabe destacar que poco se dijo acerca del papel de la cultura en tal fenómeno. En Cultura e Imperialismo, Edward Said llama atención hacia este hecho y procura justamente presentar una historia de la aventura imperialista en términos culturales.
En pocas palabras, la empresa imperial consiste en la lucha, dominio y subordinación de tierras ajenas. Es una lucha por la geografía, y este combate, dice Said, “es complejo e interesante, porque trata no sólo de soldados y de cañones sino también ideas, formas, imágenes e imaginarios” (2004, p.40). En este sentido, Said argumenta que uno de los aspectos más relevantes para comprender el imperialismo británico del siglo XIX es el “edificio cultural” que lo sustenta, en el cual la idea de superioridad occidental juega un papel preponderante: “la empresa del imperio depende de la idea de tener un imperio” (2004, p.46).
Teniendo en cuenta la gran importancia social de la literatura en Inglaterra a partir de la década de 1840, Said analiza algunas de las más representativas novelas inglesas de fines del siglo XIX y principios del XX, y demuestra cómo la literatura fue crucial para la consolidación de una “estructura dominante de sentimientos, actitudes y referencias” intrínsecamente ligada a la empresa imperialista. Al pensar la literatura en los términos propuestos por Antonio Candido en su ensayo “Literatura e formação do homem”, es decir, “como algo que exprime o homem e depois atua na sua própria formação” (1972, p.804), se vuelve más fácil comprender la tesis de Said.
Cuando Candido habla de la necesidad vital de la ficción, siendo la literatura una de las formas más ricas de sistematizar la fantasía, llama la atención hacia el hecho de que “as camadas profundas da nossa personalidade podem sofrer um bombardeio poderoso das obras que lemos e que atuam de maneira que não podemos avaliar” (1972, p.805). El concepto de “estructuras de sentimientos” que adopta Said, derivado de la teoría cultural de Raymond Williams(1), puede ser útil precisamente en el intento de evaluar los efectos sociales de estas “camadas profundas”.
A través de la noción de “estructuras del sentir”, Williams busca superar tanto las excluyentes generalizaciones sociales sustentadas en un discurso en tiempo pasado –desvinculado de la realidad presente – como el contrapunto de las abstracciones que relevan la fuerza de las condiciones sociales específicas. Dado que el proceso social no puede ser reducido a formas fijas ni tampoco a la subjetividad de cada individuo, el concepto de “estructura de sentimientos” o “estructuras del sentir”, como propone Williams, ofrece caminos para aproximarse a las ideas interiorizadas de la sociedad, prácticamente imperceptibles pero fuertemente presentes. El concepto remite, por un lado, a las raíces más hondas de una determinada clase social, que se reproducen casi inadvertidamente, y, por otro lado, a la zona individual del sentir, espacio de la intimidad personal, donde la experiencia social es realmente vivida.
“La conciencia práctica es casi siempre diferente de la conciencia oficial; y ésta no es solamente una cuestión de libertad y control relativos, ya que la conciencia práctica es lo que realmente se está viviendo, no sólo lo que se piensa que se está viviendo” (2000, p.153), dice Williams. La literatura, como manifestación cultural, tiene la capacidad de expresar esa realidad que Williams llama de “conciencia práctica”; ella al mismo tiempo construye/revela la producción/existencia de una cierta “estructura del sentir” de determinada época y región. De hecho, para Williams:

La hipótesis presenta una especial relevancia con respecto al arte y la literatura, donde el verdadero contenido social [...] no puede ser reducido a sistemas de creencias, instituciones o a relaciones generales explícitas, aunque puede incluir a todas ellas como elementos vividos y experimentados, con o sin tensión, del mismo modo que obviamente incluye elementos de la experiencia social o material (física o natural) que puede situarse más allá de, o hallarse descubierta o imperfectamente cubierta por, los elementos sistemáticos reconocibles en cualquier sitio (2000, p.156).

Por esta característica sutil del concepto “estructura del sentir” Said lo retoma, pero lo redefine en términos de “estructuras de actitud y referencia”, para explicitar una “topografía cultural distintiva” de las culturas metropolitanas dentro del contexto del imperialismo, muy presente por ejemplo en los lenguajes de la literatura (Said, 2004, p.102). A partir de esta conceptualización, Said no pretende formular una teoría articulada acerca de los vínculos entre literatura y cultura, por un lado, e imperialismo, por el otro. Su intención es que “las conexiones surjan de lugares específicos en los varios textos, y que el marco que los rodea – el imperio – establezca los vínculos, los desarrolle, elabore, extienda o critique. Ni la cultura ni el imperialismo están inertes, y así las conexiones entre ellos en tanto que experiencias históricas son dinámicas y complejas” (2004, p.51). Uno de los textos referidos por Said es Nostromo, de Joseph Conrad. Aunque tal obra de Conrad aparezca sólo como un ejemplo en la “Introducción” de Cultura e Imperialismo, vale la pena hacer algunos comentarios a partir de lo que propone Said debido al hecho de que Nostromo trata fundamentalmente de América Latina y del entonces creciente afán imperialista estadounidense.
Como nos enseña Edward Said, en Nostromo está presente tanto una irónica crítica de la ambición imperialista inglesa y estadounidense como la afirmación de la visión eurocéntrica según la cual el mundo es visto a partir de la historia occidental, supuestamente la única existente. En la interpretación de Said, Conrad era tanto imperialista como antiimperialista, pues fue capaz de ver el absurdo de la empresa imperialista, pero la percibió a través de la mirada occidental, para la cual nada podía existir si no era a partir del propio occidente, y que proclamaba la fatalidad del fenómeno imperialista.
Esta doble lectura que hace Said de Conrad también puede ser mejor entendida si volvemos al texto de Candido. Al retomar la preocupación acerca de la función de la literatura, Candido muestra que la literatura puede formar: ella no disciplina o corrompe, moraliza o liberta, sino humaniza, en su sentido más amplio, en que los contrastes – el bien y el mal, por ejemplo – están siempre juntos, inseparables, incontrolables. La literatura, dice Candido, “age com o impacto indiscriminado da própria vida e educa como ela, com altos e baixos, luzes e sombras” (1972, p.805). Así, la aparente paradoja de Conrad como imperialista y antiimperialista a la vez es, en realidad, consecuencia de una buena obra literaria. Siguiendo con Candido, lo que la sociedad puede definir es cómo se lee determinada obra, intentando adaptarla para sus fines. Podríamos decir, uniendo la interpretación de Said con la idea de Candido, que la función social de Nostromo fue al mismo tiempo humanizadora y enajenante conforme el aspecto considerado.
Un elemento importante del abordaje de Said es que su nueva y sólida interpretación de la obra de Conrad no surge a través de una teoría ya establecida, cerrada, sino por la lectura atenta del texto en cuestión, trazando un camino que va desde la forma y los personajes hacia su representación en el ámbito más amplio del imperialismo. Por medio del análisis cuidadoso de la novela, Said llega a la afirmación de que “Conrad consigue que el lector comprenda que el imperialismo es un sistema”. Un sistema que no “funciona” de forma mecánica, inmutable, sino a partir de intereses, poder, luchas. Y, en ese “campo de batalla”, “el poder para narrar, o para impedir que otros relatos se formen y emerjan en su lugar es muy importante para la cultura y para el imperialismo, y constituye uno de los principales vínculos entre ambos” (Said, 2004, p.13). En este sentido, la lectura de Said abre al menos dos sendas a partir de cuales se puede reflexionar acerca de la relación entre cultura e imperialismo y sus consecuencias para la producción literaria latinoamericana: i) la relación forma y contenido y ii) la lucha constante entre diferentes narrativas.
Said llama la atención sobre el hecho de que, cien años después de publicado Nostromo, las “tendencias imperialistas residuales” todavía ciegan a una cantidad enorme de escritores, intelectuales, cineastas, etc., incapaces de considerar la producción realizada en otras partes del mundo como una verdadera creación, sin estar necesariamente sujetadas a Occidente. Todavía hoy es demasiado común encontrarse con manifestaciones culturales a la National Geographic: destinadas a enseñar el Tercer Mundo a los centros del sistema, como piezas de un teatro de horror. “Desde este punto de vista, las regiones sumergidas del mundo carecen, por decirlo así, de vida, de historia, de cultura, de independencia o de integridad, de algo que valga la pena representar sin Occidente” (Said, 2004, p.22).
Lo que cabe resaltar aquí es que en las propias regiones donde el imperialismo se hizo sentir también sigue presente el auto-engaño de la referencia obligada al centro, es decir, la auto-nombrada metrópoli sigue siendo en gran medida la instancia última que sanciona las producciones culturales locales. Y no podría ser diferente: la tensión entre la adopción de los modelos dados por las regiones centrales y la búsqueda por representar la propia identidad estuvo, está y estará siempre presente en toda representación cultural de las regiones “colonizadas”, al menos mientras se reproduzca la polarización inherente al imperialismo. Frente a esto, uno de los desafíos centrales de la literatura latinoamericana – y de todas las formas culturales de las regiones periféricas – es cuidarse atentamente para no reproducir visiones maniqueas y limitadas afines a intereses fundamentalmente excluyentes, sean ellos nacionalistas o imperialistas(2). Las mismas afirmaciones de exclusivismo cultural son inspiradas en ideas europeas, y la toma de conciencia de los vínculos inquebrantables en el plano cultural de las creaciones propias y las que históricamente buscaron dominar – basta pensar en el idioma – es un primer paso para la representación cada vez más auténtica de nuestra propia esencia. Como nos enseña Said, frente a la más sensible dominación geográfica de la empresa imperialista, la búsqueda de esta auténtica representación pasa siempre por la tierra: “Una de las primeras tareas de la cultura de resistencia era reclamar, volver a nombrar y habitar la tierra propia” (2004, p.351).
En “Literatura e formação do homem”, Candido también argumenta que la condición del “subdesarrollo latinoamericano”, mientras exista, mantendrá, por ejemplo, el regionalismo como una tendencia presente en la literatura latinoamericana(3). Esta característica generó, al largo de la historia, un gran número de obras llenas del intento de descripción de los aspectos locales frente al desconocimiento general en los centros metropolitanos acerca de nuestra realidad, algo como un tour por la selva destinado al lector urbano. Pero, como tema insoslayable, también contribuyó al conocimiento más cercano de la realidad local y fue inspiración para autores extraordinarios como João Guimarães Rosa, para citar el ejemplo de Candido. En algunos casos, el resultado es un espectáculo de lo pintoresco que, por la ficción, reproduce aquellas “tendencias imperialistas residuales” del hombre urbano en su creencia de superioridad; en otros, cuando lo regional es tratado desde una “visión humana auténtica”, la literatura alcanza de manera plena el sentido humanizador. Y, de acuerdo con Candido, “esta visão se traduz pelo encontro de uma solução lingüística adequada” (1972, p.808).
En el regionalismo brasileño de finales del siglo XIX y principios del XX – y se puede generalizar para América Latina –, fue común el alejamiento del narrador, que en este punto se confunde con el propio escritor, de la realidad social en que se da el relato, lo que llevaba a ver al hombre del campo como un modelo caricaturesco, algo pintoresco. Hablando del regionalismo de Coelho Neto, escritor ubicado exactamente en aquel periodo, Candido apunta la “dualidade estilística predominante entre os regionalistas, que escreviam como homens cultos, nos momentos de discurso indireto; e procuravam nos momentos de discurso direto reproduzir não apenas o vocabulário e a sintaxe, mas o próprio aspecto fônico da linguagem do homem rústico” (1972, p.807). El ejemplo que Candido elige, en este caso, para contraponer el “estilo esquizofrénico” generado por este tipo de narrativa que acaba por distanciar despectivamente lo regional del mundo urbano supuestamente culto es el de Simões Lopes Neto, autor contemporáneo de Coelho Neto. Al comparar un pasaje del cuento "Mandovi", de Coelho Neto, con "Contrabando", de Lopes Neto, Candido muestra como el enfoque narrativo en primera persona que utiliza éste último “atenua ao máximo o hiato entre criador e criatura, dissolvendo de certo modo o homem culto no homem rústico” (1972, p.808). Podemos percibir este fenómeno mejor al analizar, de forma rápida y sabidamente limitada, el famoso cuento de Guimarães Rosa A terceira margem do rio(4).
Publicado originalmente en 1962, A terceira margem do rio es, en principio, la historia de un hombre que deja su familia y se va a vivir en una canoa en medio del río. El relato es narrado por su hijo, lo que nos lleva a la percepción inicial de un narrador que cuenta, en tercera persona, la historia de su padre. El padre es conocido a través de las palabras del hijo, sus propias emociones y su visión de las impresiones ajenas. En esta forma narrativa está presente el constante misterio que fluye por todo el cuento: la presencia en plena ausencia. El padre está presente en toda la historia, él es – ilusoriamente – el centro del cuento, pero sólo lo conocemos por la memoria del hijo, pues aquél está ausente del “contar la historia”, de la narración en sí, así como está ausente físicamente de la familia, pero siempre presente en la memoria de todos, o al menos en la de su hijo que cuenta: “Não, de nosso pai não se podia fazer esquecimento; e, se, por um pouco, a gente fazia que esquecia, era só para se despertar de novo, de repente, com a memória, no passo de outros sobressaltos”. La ausencia del padre se revela internamente en el lenguaje repleto de negación, presente en todo el texto. “Nosso pai não voltou. Ele não tinha ido a nenhuma parte [...] Aquilo que não havia acontecia”.
El personaje-narrador evidencia desde el principio la relación de lo que cuenta con su memoria, sea en la duda – “Do que eu mesmo me alembro [...]” – o en la certeza – “E esquecer não posso, do dia em que a canoa ficou pronta”. La memoria, a su vez, es el rincón más íntimo del ser, la zona subjetiva por excelencia. En esta interiorización de los sentimientos transmitidos por el hijo, la primera impresión del narrador-personaje que cuenta en tercera persona se va borrando para dar lugar a la revelación de la primera persona que narra su recuerdo. En contraste con la narrativa realista en tercera persona omnisciente, distante del relato, el narrador-personaje del cuento acerca el lector a lo narrado, acentúa la sensación de pertenencia del narrador al relato, lo que hace extremamente difícil definir qué historia se cuenta, en este caso, si la del padre o la del hijo. Por eso decimos anteriormente que el padre es ilusoriamente el centro del cuento, pues, en la medida que el padre es vivido y contado y también imaginado por el hijo, éste se torna el protagonista de su propio relato.
Esta construcción narrativa se realiza en consonancia con el crecimiento del personaje. En el comienzo del cuento, en su recuerdo de cuando era niño, la primera persona aparece para contar la decisión del padre, y se acentúa apenas en el momento crucial de la partida; se va tornando más nítida hacia el fin del relato – “Eu fiquei aqui, de resto” – hasta culminar en el “agora” de las últimas líneas y su confesión final de temor y perdón. Al mismo tiempo, el movimiento del padre es contrario. Él va perdiendo sus contornos a la medida que se interna en el río, por la porosidad del olvido, hasta que se torna un supuesto fantasma, algo “da parte do além”. El encuentro final del padre e hijo también es del personaje y narrador.
También es posible leer el cuento como una alegoría a la vida, a la muerte, y a la continuidad de ambas en el mundo a través del recuerdo y la familia. La lógica solidariedad entre la muerte y la vida se vuelve más compleja cuando se piensa en la continuidad más profunda de todas las cosas, del mundo, del río. El padre en la canoa, presente pero en lo “não-encontrável”, está en su lugar, encontró su destino, es consciente de lo que hace – “Ninguém é doido”—. Él va seguro a lo que le toca, pues tiene la continuidad garantizada: su hijo, la memoria, el río, todos le dan la eternidad – “Se o meu pai, sempre fazendo ausência: e o rio-rio-rio – pondo perpétuo”. El río, omnipresente en el paisaje del cuento, es tiempo en su perennidad, es vida en su continuo fluir y es muerte en su desembocar al mar. El hijo, a su vez, se descubre en el espanto, en la revelación de su miedo a la muerte y se ve incapaz de seguir a su padre en la secuencia infalible; él no tiene hijos, él no tiene río, él sólo tiene la memoria de su padre.
Tanto por el aspecto formal – la posición del narrador, su creciente consolidación tanto como personaje como narrador – como por la propia historia y sus vieses interpretativos, el regionalismo del cuento de Guimarães Rosa transciende la visión, cara al proyecto imperialista, de lo regional como zona que debe ser entendida desde la urbe, como atraso pintoresco y algo débil que debe ser “civilizado” tarde o temprano. Por tanto, podríamos afirmar, con una dosis de subjetividad, que el cuento A terceira margem do rio cumple la función humanizadora de la habla Candido: el lector es incorporado a la experiencia humana que el escritor crea y ofrece como visión de la realidad; en otras palabras, el lector vive el miedo, la angustia de las últimas palabras del narrador. Además, este breve ejemplo es ilustrativo de la relación entre la forma y el contenido y su importancia dentro del proceso llamado muchas veces de “descolononización cultural”, pues el autor no subordina la materia narrada a un lenguaje culto que la controla y limita, sino que crea un universo regional donde las palabras y el mundo representado por ellas se corresponden perfectamente.
En cuanto al segundo camino hacia el cual nos llevó Said, a saber, la lucha entre diferentes narrativas, algunas acallando voces disonantes en el intento de reproducirse y otras que, por su riqueza literaria, logran romper con los residuos imperialistas, la conferencia de Ricardo Piglia titulada Tres propuestas para el próximo milenio (y cinco difultades) es muy sugerente. En este texto Piglia reflexiona acerca de la capacidad de la literatura para crear una narrativa que conteste el discurso oficial del Estado, que sea capaz de expresar lo intangible y, sobretodo, de actuar oponiéndose a la dominación que se da en el seno mismo del lenguaje. Antes de llegar a esa consideración de Piglia que nos interesa especialmente, vale la pena subrayar algunos puntos fundamentales del ensayo.
La preocupación inicial de Piglia – la misma de Candido en el texto que retomamos – es reflexionar acerca de la función de la literatura, o mejor, la función de la literatura vista desde un “suburbio del mundo”. Para ello, recurre al cuento “Esa mujer”, del escritor argentino Rodolfo Walsh, debido tanto a la relación del autor con la política como al hecho, en sí mismo de poco alcance, pero en cierta forma representativo, de que ese relato había sido recientemente elegido como el mejor cuento argentino.
Entre otras cosas, Piglia resalta la continuidad temática entre el cuento de Walsh y “El matadero” de Esteban Echeverría. Sin querer entrar en consideraciones sobre cada uno de los cuentos más allá de lo que hace notar Piglia, cabe decir rápidamente que el cuento de Echeverría, publicado en 1871 pero probamente escrito en 1838, tiene como contexto histórico fundamental la lucha entre federalistas y unitarios; en el cuento los federalistas son pintados como los “degolladores”, “carniceros”, contrarios a los unitarios, que serían los letrados “amigos de las luces y de la libertad”. En el cuento de Walsh, escrito en 1963, un periodista en la búsqueda del cadáver de Eva Perón habla con un militar que actuó en su desaparición y que se enfrenta, desde la fría racionalidad del Estado que representa, al poder inexplicable de un cuerpo inerte.
De acuerdo con Piglia, en ambos cuentos aparece la relación entre el letrado y el pueblo, entre el mundo intelectual y el mundo popular. Pero habría también una diferencia fundamental: en Echeverría la distancia entre la entonces considerada civilización y la barbarie es insuperable, claramente definida, mientras que en Walsh el universo popular es el destino deseado. Piglia ve en Walsh una superación de la frontera entre el pueblo y el letrado, pues para éste autor el mundo popular sería el punto de llegada, no más el otro lado indeseable.
A partir de la tensión entre los personajes de Walsh, en que uno procura el cuerpo de Evita y otro esconde el secreto de Estado, Piglia da pistas para pensar también la relación conflictiva entre el intelectual y el poder. Con eso, propone un lugar para el escritor: “establecer dónde está la verdad, actuar como detective, descubrir el secreto que el Estado manipula, revelar esa verdad escamoteada” (Piglia, 2001, p.21). Esta función, sin embargo, no es sencilla, presupone la lucha entre dos tipos de narraciones, la del Estado, por un lado, con el poder institucional de la fuerza, y por el otro la literatura, construyendo relatos alternativos. En este punto Piglia recuerda las historias orales, una en especial, que por medio de pequeñas ficciones crean “contra-relatos estatales, historias de resistencia y oposición” frente al imposible silencio impuesto por la dictadura. La tarea del escritor, por tanto, es estar atento, sensible a esta realidad diluida, casi intocable, pero concreta, actuante, para contrarrestar la narrativa que el Estado busca imponer constantemente.
Otra propuesta de Piglia al pensar en las posibilidades de la literatura tiene que ver con su capacidad de “hacer vivir” – en el sentido que vimos en Candido – determinadas experiencias que de otra forma serían imposibles de transmitir. La elipsis, el desplazamiento que la literatura permite, señala Piglia, puede funcionar como un condensador de la realidad. Pero esa relativa libertad no se da en el vacío, sino involucra una lucha en el plano del lenguaje: “en definitiva la literatura actúa sobre un estado del lenguaje” (Piglia, 2001, p.37). Esta cuestión es tratada en la tercera propuesta de Piglia, que es donde queríamos llegar.
Frente al lenguaje del Estado, que pretende neutralizar toda señal del discurso crítico, al poder de los grandes medios de comunicación para determinar qué y cómo será asunto público, y a la preponderancia de una jerga economicista en el discurso dominante, Piglia afirma que “la literatura lo que hace (la verdad lo que ha hecho siempre) es descontextualizar, borrar la presencia persistente de ese presente y construir una contrarealidad” (2001, p.39). No sería forzar demasiado la lectura relacionar esa afirmación de Piglia a los conceptos de hegemonía y contra-hegemonía, y para ello retomamos la contribución de Raymond Williams en su teoría cultural.
Al abordar el concepto de hegemonía, Williams parte de la definición tradicional dada por Antonio Gramsci y la contrapone a los conceptos de cultura y de ideología, entendida ésta como un sistema de significados y valores que constituyen la expresión o proyección de un particular interés de clase, y aquella como el “‘proceso social total’ en que los hombres definen y configuran sus vidas”. En contraste con esta definición de cultura, el concepto de hegemonía insiste “en relacionar el ‘proceso social total’ con las distribuciones específicas del poder y la influencia” (Williams, 2000, p.129). Y al utilizar la noción de “ideología” como un sistema formal y articulado de pensamiento generado por una cierta clase social, se pierde de vista “la conciencia relativamente heterogénea, confusa, incompleta o inarticulada de los hombres reales” (Williams, 2000, p.130). Por tanto, más allá de los conceptos de cultura e ideología, el concepto de hegemonía permite captar mejor la complejidad del proceso social en su totalidad. De acuerdo con Williams,

La hegemonía constituye todo un cuerpo de prácticas y expectativas en relación con la totalidad de la vida: nuestros sentidos y dosis de energía, las percepciones definidas que tenemos de nosotros mismos y de nuestro mundo. Es un vívido sistema de significados y valores – fundamentales y constitutivos – que en la medida en que son experimentados como prácticas parecen confirmarse recíprocamente [...] Es decir que, en el sentido más firme, es una ‘cultura’, pero una cultura que debe ser considerada asimismo como la vívida dominación y subordinación de las clases particulares (2000, pp.131-132).

Esa dominación y subordinación se da en innúmeros planos de la realidad social, entre los cuales están el lenguaje y las luchas entre las diferentes narrativas, pero nunca se impone en un vacío: “Una hegemonía dada es siempre un proceso [...] no se da de modo pasivo como una forma de dominación. Debe ser continuamente renovada, recreada, definida y modificada. Asimismo, es continuamente resistida, limitada, alterada, desafiada por presiones que de ningún modo le son propias. Por tanto debemos agregar al concepto de hegemonía los conceptos de de contrahegemonía y de hegemonía alternativa” (Williams, 2000, p.134).
La lectura de la afirmación de Piglia a la luz de los conceptos de hegemonía y contrahegemonía y de la noción de “estructuras del sentir” que propone Raymond Williams, pensados aquí a partir del brillante libro de Said y del sugerente ensayo de Candido, nos conduce a la hipótesis de que la literatura latinoamericana se caracteriza por el desafío inconcluso de generar una estructura de sentimientos contra-hegemónica, lograda a partir de una percepción propia del lenguaje, que unifique armónicamente forma y contenido. Como elemento formador del hombre, la literatura tiene un papel decisivo en la creación y consolidación de esta contra-realidad, en lucha con las concepciones monolíticas acerca de la realidad, las ideas racistas nacidas de la ambición imperialista y la limitación de la percepción mecánica del mundo, en gran medida presente en el lenguaje de la economía.
Ahora bien, tampoco se puede caer en un idealismo ingenuo y ver en la literatura una forma cultural redentora, que nos salvará. El propio Piglia, inspirado en Bertold Brecht, al imaginar las posibilidades de la literatura apunta cinco dificultades: “hay que tener, decía Brecht, el valor de escribirla, la perspicacia de descubrirla, el arte de hacerla manejable, la inteligencia de saber elegir a los destinatarios. Y sobre todo la astucia de saber difundirla” (2000, p.41). Para encarar estas dificultades, la literatura en América Latina no puede concebirse como un mero ejercicio estético: es una toma de partido, una militancia en y a partir de las palabras. Como diría el autor de nuestro epígrafe, el narrador puertorriqueño José Luis González, “las revoluciones estéticas nacen de la misma inconformidad con un orden caduco y de la misma voluntad de cambio que hacen necesarias y posibles las otras revoluciones” (1998, p.211).

Fernado Correa Prado


Notas
(1) Said, a pesar de adoptar el concepto, también hace una crítica a Williams al mostrar que éste no estuvo atento a la experiencia imperial y, por ende, al tratar de las transformaciones sociales del siglo XIX, no se refirió a India, África, Oriente Medio o Asia.
(2) Said trata críticamente la cuestión del nacionalismo en el tercer capítulo de su libro, cuyo tema general es la “Resistencia y oposición”.
(3) Este argumento de Candido es mejor trabajado en su artículo “Literatura y subdesarrollo”, en César Fernández Moreno (Coord.), América Latina en su literatura, México, Siglo XXI / UNESCO, 1972, pp.335-353.
(4) Las referencias al cuento son originadas de la siguiente edición: João Guimarães Rosa, Primeiras estorias, Rio de Janeiro, Nova Fronteira, 2000










Bibliografía


Candido, Antonio, “Literatura e formação do homem”, en Ciência e Cultura, 24 (9), São Paulo,1972, pp.803-809.

Candido, Antonio, “Literatura y subdesarrollo”, en Fernández Moreno, César (Coord.), América Latina en su literatura, Siglo XXI / UNESCO, México, 1972, pp.335-353.

González, José Luis, "Encuentro con los jóvenes", en Antología personal, Editorial de la Universidad de Puerto Rico, Río Piedras, 1998.

Piglia, Ricardo, Tres propuestas para el próximo milenio (y cinco dificultades), Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 2001.

Rosa, João Guimarães, Primeiras estorias, Nova Fronteira, Rio de Janeiro, 2000.

Said, Edward, Cultura e Imperialismo, Anagrama, Barcelona, 2004.

Williams, Raymond, Marxismo y literatura, Península, Barcelona, 2000.

lunes, 14 de mayo de 2007

Imperialismo y política antidroga

En América Latina nos encontramos con que cada día más la lucha contra las drogas se vuelve una constante que genera tanto violencia institucional como social. Las drogas son un elemento que traspasa fronteras: se cultiva la hoja de coca en la región andina, se transporta mediante los carteles colombianos y mexicanos y se consume en Estados Unidos y en Europa. El dinero obtenido de este tráfico ilícito se blanquea en bancos de Panamá, de Suiza o de otros paraísos fiscales con la total connivencia de los grandes organismos financieros internacionales. A su vez, estos mismos organismos internacionales dirigidos por los países consumidores son los que dictan las reglas de juego a seguir sin tener en cuenta la situación, especialmente, de los países productores de la hoja de coca. Es paradójico que sean precisamente los países consumidores los que han convertido la hoja de coca en cocaína los que la satanizan ¿no deberíamos replantearnos la realidad? Y por lo pronto, ¿no es una estupidez ilegalizar una planta sea cual sea su uso? Dentro de poco, e imbuidos en la espiral prohibicionista, ilegalizaremos la uva porque el vino causa muchos accidentes de tráfico.

A nivel de política internacional vemos como los Estados Unidos dictan las políticas que los países andinos deben de llevar a cabo para erradicar las plantaciones de hoja de coca. En el caso de Colombia, por ejemplo, se han llevado a cabo fumigaciones aéreas de las zonas donde se produce hoja de coca, envenenando la tierra, el subsuelo y el agua. El gobierno de Uribe, siempre tan cercano a Washington, ha permitido que las tierras donde sus campesinos cultivan además de hoja de coca otros productos quede inservible sin conseguir una reducción de la producción de la planta satanizada. De esta forma se ha atacado al eslabón más débil en la cadena productora de cocaína: los campesinos cocaleros. En Bolivia, sin que se haya hecho mucha publicidad, en los años 90’s también se permitieron las fumigaciones aéreas en la región del Chapare, ¿y Perú? ¿Habrán defendido a sus campesinos los gobiernos de Alan García, Fujimori y Toledo? Seguramente no, seguramente esas fumigaciones aéreas también se habrán llevado a cabo en la zona del Cuzco.

Otro elemento a considerar es el de que sean los ejércitos los que lleven a cabo la lucha antidroga imponiendo algo que en Estados Unidos seria impensable, como es el hecho de que el ejército realice funciones civiles (clara violación del Posse Comitatus). En la actualidad vemos como los narcotraficantes se enfrentan al ejército con una violencia inusitada en México, donde las muertes de supuestos narcos y de militares son el pan de cada día. Aunque no se haya conseguido capturar a ningún narcotraficante de relevancia el gobierno de Calderón asume un papel de adalid en la lucha contra el narcotráfico en América Latina y se acerca a los mandatos de Washington.

La cuestión es ¿Por qué Estados Unidos viola la soberanía de estos países y les dicta que políticas llevar a cabo? y ¿porque estos gobiernos títeres aceptan estas medidas que perjudican a su población? La política antidroga de Estados Unidos es un claro ejemplo de imperialismo, de ese nuevo imperialismo que gobierna el mundo desde las grandes oficinas de Washington, Tokio y Bruselas. Estamos en una época en la que el nuevo imperialismo aliena a la sociedad, dirige a los gobiernos de los países periféricos y hunde en la miseria a cada día más grupos de población. Por su parte, las “lumpenbusguesías”[1] latinoamericanas juegan el papel de “vendepatrias” del que ya las acusaba Augusto C. Sandino a principios del siglo XX. Pero también estamos en una época en la que ciertos grupos dicen “basta”. En Bolivia, por ejemplo, las revueltas sociales de principios del siglo XXI nos muestran una sociedad agotada de ser saqueada, ultrajada y violada que responde a las agresiones del imperialismo del llamado Primer Mundo. Bolivia es un país que se levanta y que decide escoger a un indígena y, además cocalero, para presidente, expulsando del poder a una corrupta elite blanca más cercana a Washington que a La Paz. Es un país que ha decido expulsar a transnacionales como Bechtel y Repsol y tomar el mando sobre sus recursos naturales. Aunque el gobierno de Morales no sea una panacea, es el que dice cara a cara a Washington que sus políticas antidrogas no son las adecuadas y que no las piensan llevar a cabo, que el problema del consumo de drogas es del Primer Mundo y que es este supuesto Primer Mundo el que debe erradicar el tráfico y el consumo dentro de sus propias fronteras sin invadir la soberanía de otros.

Pero yendo al fondo del asunto ¿Alguien cree que a Estados Unidos realmente la interesa acabar con al tráfico de drogas? Busquemos un poquito más allá y veremos como la economía estadounidense necesita de esa gran inyección de capital que representa el narcotráfico. Las cifras son contundentes: el narcotráfico mueve más de 500.000 millones de dólares anuales[2] ¿qué economía puede prescindir de tal cantidad? Ni siquiera la primera economía del mundo, por mucho que los moralistas conservadores norteamericanos nos digan. Entonces ¿Cuál es el objetivo primordial de Estados Unidos?

Por otro lado, las drogas son un factor de alienación, que duerme o distorsiona la percepción de la realidad, lo que ya sirve a los intereses del gran capital, puesto que pueden mantener a una gran masa de población separada de la actividad política y de los movimientos sociales porque ¿qué revolución se ha llevado a cabo con cocaína, marihuana o heroína? El uso de drogas es una manera de apaciguar tensiones y en una sociedad tan enferma como la occidental representan una salida.

En conclusión, se podría decir que la lucha antidroga estadounidense es una manera de mantener una hegemonía política y militar que a nivel económico va perdiendo poco a poco con la creación de la Unión Europea y la recuperación de Japón. Además, es una manera de legitimar el constante intervencionismo en América Latina ahora que el “enemigo del comunismo” desapareció. Y, finalmente, es un proyecto imperialista de extorsión de las débiles democracias latinoamericanas.

Susana Berniola

[1] Término acuñado por André Gunder Frank en su libro Lumpenbuguesias: lumpendesarrollo. Ed. Era. México. 1971.
[2] No se pueden dar cifras exactas puesto que es “dinero negro”.

CLASE OBRERA CONTRA DICTADURA

Con la implantación de la dictadura militar Argentina el 24 de marzo de 1976, se inició un de reestructuración política, social, cultural y económica al servicio de una fracción de la burguesía rentista nacional, en alianza con los sectores monopólicos internacionales.
Asimismo, para llevar adelante tales transformaciones era necesario contar con un movimiento obrero “dócil y disciplinado”, que no ofrezca resistencia al capital. Para lo cual se prohibió el funcionamiento de los partidos políticos, los sindicatos y todo tipo de organización reivindicativa.
Esto fue explícitamente sostenido por el Ministro de Trabajo Horacio Liendo, el cual manifestó que las intervenciones en las organizaciones obreras se realizaban para “regularizar anomalías que se observan en la organización sindical”.
Ante este panorama desolador de orfandad organizativa en el plano sindical, político y social, la clase trabajadora Argentina se refugió en el ámbito que mejor conoce: la fábrica, y particularmente en las comisiones internas y en los cuerpos de delegados, pese a la represión.

En efecto, estas formas organizativas y de lucha que forman parte de la larga tradición histórica de la clase obrera Argentina desde su proceso de formación, han sido a lo largo de toda su historia”verdaderos parlamentos obreros”. Paralelamente al sindicato formal hegemonizado en su mayoría por la burocracia sindical en los años de democracia, subsistieron formas organizativas y canales de comunicación que se enmarcan dentro de la democracia directa. Y esto constituye el punto más fuerte del movimiento obrero argentino en cuanto a su capacidad de organización autónoma. Lo cual no impide que se reivindique peronista.

A todo esto, lo interesante entonces, es apreciar la diversidad de formas que adoptó el movimiento obrero argentino que enfrentó a la dictadura militar. En todo caso, de lo que se trata de de apreciar las continuidades (cómo formas de lucha más allá de la brutal represión desatada en su contra) en un marco de orfandad política y sindical.

El movimiento obrero argentino libró a lo largo de los años de dictadura duras batallas por aumento de salario ante el deterioro estrepitoso que le ocasionaba el modelo económico, y por la libertad sindical. Y todo esto lo tuvo que realizar sin partido político que lo represente ni organización sindical que lo organice. La difícil tarea de la clase obrera de reorganizarse se dio en una situación contrarrevolucionaria, en la cual el nerviosismo de la clase dominante se hacía sentir debido al altísimo protagonismo manifestado por el movimiento obrero durante los años previos, y que ocasionaba al sector empresarial una disminución de sus ganancias.
Del poder obrero no era ajena la Junta Militar, el propio Ministro, Juan Alemann decía al respecto:

“Con esta política buscamos debilitar el enorme poder sindical que era uno de los grandes problemas del país. La Argentina tenía un poder sindical demasiado fuerte frente al cual era imposible el florecimiento de cualquier partido político porque todo el poder lo tenían ellos. Ahora, con un mercado laboral en movimiento, el trabajador no acude más al dirigente sindical por su problema. Si no le gusta su empleo se va a otro y listo. Además hay salarios diferenciados por idoneidad, por apego al trabajo. Estamos saliendo de la masificación y hemos debilitado el poder sindical. Esta es la base para cualquier salida política en Argentina.[1]

El objetivo de la dictadura era acabar con el poder obrero y gestar al respecto una mentalidad más disuasiva a los intereses del capital. Desde la lectura política de la dictadura, la modificación de esta “mentalidad reivindicativa” solo era posible aniquilando los organismos de base donde se gestaba el poder obrero. Esto explica el por qué la represión estuvo orientada a destruir los cuerpos de delegados, las comisiones internas, y por sobre todo, que el mayor número de desaparecidos hasta el presente lo constituyen los cuadros del movimiento obrero.

Por cuestiones de espacio no podemos expandirnos en el desarrollo de las luchas obreras producidas durante la dictadura militar. Sólo quiero resaltar que a los 7 meses del golpe, en el mes de octubre, la Junta Militar tuvo que enfrentar uno de los conflictos más agudos del periodo. En efecto, ante la modificación de la ley 21.476 estallaron los conflictos en la compañía encargada del suministro eléctrico (SEGBA) en la cual se inició el trabajo a reglamento.

A su vez, a fines de abril de 1979 se produce la primera huelga general contra la dictadura. Este hecho marca un hito, en la medida que se conjugan las miles de protestas y formas de lucha que hasta el momento se producían aisladamente.
A fines de abril de 1979 el cinturón industrial de Buenos Aires y del interior del país paró en gran medida alterando la habitual normalidad. Las líneas de trenes Roca, Mitre y Sarmiento se plegaron al paro en su totalidad. Por su parte, el comité de huelga clandestino estimó que el 75% de los trabajadores argentinos había acatado la medida de fuerza. Posiblemente el porcentaje estuvo “inflado”, pero de igual modo no desacredita el protagonismo del movimiento obrero dada las condiciones de absoluta represión.

Este hecho político cobra relevancia puesto que constituye un termómetro para el movimiento obrero en cuanto le permite medir su fuerza al igual que su capacidad de reorganización. Se empieza a perder el miedo a una dictadura feroz, lo cual obstaculizó los planes de transformación estructural que se planteó la Junta Militar al inicio del Proceso de Reorganización Nacional.

Por lo tanto, consideramos que la caída de la dictadura no se debió a la derrota de la guerra de Malvinas, en todo caso, sostenemos que la locura de la guerra de Malvinas fue un recurso de la Junta Militar para perpetuarse en el poder.
Ante el descrédito reinante la Junta optó por la guerra como “solución final”y de esta forma recurrió al patrioterismo nacional para ganar consenso. Pero esto duró muy poco, las luchas obreras sumado al desastre nacional una vez que se conoció todo el saqueo y farsa de la guerra, precipitó la caída de la dictadura.

Es importante resaltar que pese a la represión, existen ciertas continuidades en el largo periplo protagonizado por el movimiento obrero y que persiste hasta nuestros días. Esto constituye una fuente inagotable de experiencias compartidas que se expresaron en mayor o menor medida en diciembre de 2001.

Si las luchas durante los años ’70 se realizaban en el interior del ámbito productivo a través de toma de fábricas, huelgas, sabotajes, trabajo a desgano, etc. Ya en el 2001 bajo un caudal estrepitoso de desocupados sólo quedaba cortar rutas, obstaculizando de este modo la circulación de mercancías.
Por lo tanto, podemos sostener que existe no sólo una continuidad histórica en cuanto a las formas y el carácter de las luchas y reivindicaciones obreras, sino también, pese a la brutal represión desatada por la dictadura militar, los fuertes vínculos aprendidos y transmitidos de generación en generación forman parte de la herencia, idiosincrasia y tradición histórica del movimiento obrero que, a pesar de las mutaciones estructurales producidas en todo el contexto social, subsistieron fuertes lazos que mantuvieron cohesionado al movimiento obrero y que la dictadura no pudo destruir.

La desaparición forzada de personas, campos clandestinos de tortura, violaciones, etc fueron actos aberrantes de pérdidas humanas. Pero esto no impidió que surgieran nuevos dirigentes obreros clandestinos y desconocidos para los patrones. Herederos de esa rica experiencia y tradición histórica, formados en los organismos de base y en la democracia directa, la clase trabajadora se dio a la difícil tarea de reorganizarse acéfalos de estructuras representativas.

Entre lo “deseado” y lo “realizado” por la Junta Militar teniendo en cuenta los objetivos que se plantearon al inicio del proceso existe una gran distancia. Esto no oculta en lo más mínimo que la clase obrera fue duramente golpeada tanto física como moralmente, siendo destruidos sus principales cuadros medios.
Pero la fuerte conciencia que une al movimiento obrero desde finales del siglo XIX hasta nuestros días, tiene raíces muy profundas e imperceptibles para los ideólogos de la clase dominante.

Esto nos avizora un largo y tortuoso camino en procura de la emancipación, al mismo tiempo que se vislumbran en el horizonte pequeños destellos de luz que prefiguran nuevas luchas.

A los miles de luchadores que de una u otro forma dieron su vida por una sociedad más justa y solidaria, están dedicas estas humildes palabras.

Gustavo E. del Pino.
[1] La Prensa, 23-10-79.

ISLAS MALVINAS, LUCHAS OBRERAS Y DEMOCRACIA

Ha sido común establecer una relación simétrica entre el desastre de la derrota de la guerra de Malvinas, y la caída de la dictadura militar. Esto no implica negar ni dejar de considerar que la guerra aceleró el deterioro de una Junta Militar que ya se encontraba en franco retroceso.
Hacia los primeros días de abril de 1982 la dictadura ya se enfrentaba a serios problemas políticos y económicos, en la cual, Las luchas obreras no cesaban y el indisciplinamiento social crecía día a día.

Para poder entender el por qué la Junta Militar inició una guerra ante una potencia imperialista, considero pertinente, en principio, explicar el por qué la Junta Militar tomó el poder en marzo del ’76,

El objetivo de la Junta era disciplinar al movimiento obrero que se había “desbordado” del control de la tradicional burocracia sindical peronista en las jornadas de junio-julio de 1975. Y no destruir a la guerrilla como habitualmente se considera, puesto que para marzo del ’76 tales organizaciones armadas ya se encontraban derrotadas.

El surgimiento de las intersindicales como organismos de base y en fricción con la burocracia sindical peronista a mediados del ‘75, obstaculizaba los planes del sector empresarial en la medida que históricamente la burocracia cumplió la función de “contener” al movimiento obrero a través de la negociación salarial.

Parafraseando al historiador inglés E. Thompson, la reivindicación por el salario es la lucha por lo que la clase obrera considera “justo”. Por lo tanto, no podemos reducir las luchas obreras ni sus reivindicaciones salariales a términos económicos, puesto que tiene que ver con las resignificaciones construidas colectivamente, asimiladas como propias y transmitidas de generación en generación. En última instancia lo que está en juego es la lucha por la dignidad.

El objetivo de la dictadura entonces era destruir el altísimo nivel de organización del movimiento obrero que, pese a la brutal represión desatada en su contra, debió resistir en una situación de absoluta orfandad. El movimiento obrero debió enfrentarse a la dictadura sin partido político que lo organice ni sindicato que lo represente. Por lo tanto, fue a refugiarse en el lugar que mejor conoce; la fábrica, y a partir de ahí en las comisiones internas y los cuerpos de delegados como forma organizativa.

Pese a la brutal represión, desaparecidos, encarcelados, etc., la clase trabajadora fue capaz no sólo de resistir, sino también de mantener (no sin padecer mutaciones) los lazos de solidaridad que le brindaba protección y la mantenía cohesionada como clase. Lo cual se expresó en paros parciales y huelgas generales.

La guerra de Malvinas fue entonces “un manotazo de ahogado” que implementó la dictadura para mantenerse y perpetuarse en el poder. Para lo cual recurrió al “patrioterismo nacional” exacerbando todos los instintos chauvinistas.
A su vez, la mayor parte de la izquierda y de las organizaciones sindicales quedaron enmarañadas en ese discurso y entendieron el conflicto como si se tratase de una guerra anti-imperialista.
¿Una dictadura feroz que aniquiló cientos de personas, que se encargó de entregar todo el patrimonio nacional que pudo al capital mundial y que contaba con la protección de los Estados Unidos, puede considerarse anti-imperialista?
La situación en Argentina no era igual a la India bajo la dominación inglesa, ni Argelia bajo la dominación francesa, ni Puerto Rico para los norteamericanos. El imperio británico nunca impidió u obstaculizó el desarrollo de una burguesía nacional en el territorio argentino, como tampoco padecimos una imposición económica, política o cultural en detrimento de nuestros valores, cultura o identidad.

A su vez, si a esto le sumamos que los militares argentinos desde su génesis estuvieron orientados y formados para la represión interna como fue: la “conquista del desierto”, la noche de los“bastones largos”, a reprimir en el Cordobazo, la desaparición de personas, tortura, secuestro, campos clandestinos, etc., el nivel de capacitación y formación de las Fuerzas Armadas para el combate con una potencia imperial era prácticamente nulo y por sobre todo inexpertos. Justamente por esto –entre otras cosas- la guerra estaba (desde el vamos) destinada al fracaso y a la derrota.
Por otra parte nunca se tomaron medidas que afecten los intereses inglés en el país como expropiación y nacionalización, pues eso sí afectaría los intereses del imperialismo y el circuito del capital mundial.

Ante la derrota de la guerra, el robo de las donaciones realizada por la sociedad, la corrupción, la farsa, la mentira, el engaño y el desprecio social reinante, era obvio que la Junto no podía mantenerse por mucho tiempo en el poder, y esto aceleró un proceso que se venia encubando pacientemente desde hacía años.

Para diciembre de 1983 la sociedad estaba cansada de enfrentamientos, muerte, violencia, persecuciones, violaciones a los derechos humanos, campos clandestinos, guerrilla, etc., etc., etc.
El peronismo en su programa político, solo ofrecía volver a la antinomia “liberación o dependencia”, recreando en el imaginario colectivo todo el clima de violencia que se vivió en la década de los setenta y que la sociedad deseaba olvidar.
La izquierda por su parte, fue incapaz de levantar un programa democrático que permitiera la reorganización del golpeado movimiento obrero tras los años de dictadura.

Las reivindicaciones democráticas son mucho más que una cuestión formal de democracia parlamentaria, es la organización del movimiento obrero por la legalidad y libertad sindical en el ámbito que mejor conoce y mejor se mueve: las comisiones internas y los cuerpos de delegados.

Y ante la oferta electoral ganó la propuesta alfonsinista que ofrecía un programa democrático basado en el respeto de los derechos humanos y en la Constitución. Esto explica el por qué la emotividad de la gente cada vez que Alfonsín recitaba la Constitución Nacional o el Preámbulo. Su programa estaba basado en la conciliación de clases y en la reconciliación de la sociedad en general, dando por terminado todo tipo de enfrentamiento.
Hoy, a 25 años de la guerra de Malvinas y a 31 de haberse dado el golpe de estado, las heridas nos siguen atormentando.

Gustavo E. del Pino.